Monday, May 21, 2007

YIN - YIN


Necesitaba un trago, urgente, YA.


Para ver si la fuerte y vaporosa bebida podía cortar el chorro de lágrimas que el imbécil de su novio había provocado en ella. ¡En la cama que los dos habían comprado juntos, planeando anticipadamente los momentos de descanso y retozo venideros! Claro, el bastardo retozaba, pero no con ella. Con una negra. Y la desgraciada, tan descaradamente, se moría de la risa ante su rabieta. "Colorada baboza", le oyó decir antes de saltar sobre ella e intentar sacarle los ojos con las uñas, venganza que fue prestamente impedida por su novio. Ex-novio. Ese tarado. Ese gusano hijo de perra.

Tras forcejeos, insultos y amenazas, los dos salieron mal vestidos haciendo rechinar los neumáticos del Vitara que el papi le compró al niño bonito ése.


¡Y mal rayo los partiera a ambos!


El caso es que ahora estaba en el bar donde solía ir con las amigas a farrear. Pero sola esta vez. El primer cognac desapareció en dos segundos en sus labios, seguidos de un carraspeo y una tos convulsa. Bonito espectáculo debía estar dando, su blusa mal colocada, unos como esputos negruzcos que chorreaban por sus párpados y mejillas, dos uñas rotas. Maldición. Dos uñas rotas. Recién se daba cuenta. Igual daba. Si la viera éste o aquél. El segundo cognac empezó a soltar pensamientos, fantasías y prejuicios. Los fáciles prejuicios raciales la poseyeron. Esa negra maldita, esa negrantaja piojosa, simiesca, asquerosa, que sólo por su enorme trasero los hombres iban tras ella. Su hombre. En esa condenada noche que por una cancelación salió tempranito hora del trabajo. Maldijo la cancelación, maldijo la calle despejada, maldijo por centésima vez al gusano, y por milésima vez a la negra.


Negra... negra... esa maldita negra...


Como la que estaba viendo ahora, lanzando esa refulgente sonrisa, envuelta en satín beige. Riéndose de alguna tontería. Decidió también odiarla. Sabía que no tenía motivo, ella no tenía la culpa, pero deseaba tan desesperadamente desquitarse en alguien... Deseaba ferozmente que ella se fijase en ella, le mandase esa sonrisa iridiscente, le tratase de hacer conversación. Para que ella, de la manera más fría y cruel posible le mandase todos los chistes raciales que en su oficina había leído o escuchado. Quería ver quebrarse esa bella sonrisa, opacarse ese brillo de sus ojos, entristecer la expresión de alegría y vibrantez que despedía cada segundo. Y si fuera posible, que las lágrimas saltasen de sus ojos de ébano. Que corriesen como cascada, que reflejen la luz a medias de los focos, que descompusieran su luz en pequeños arcoiris que bailasen sobre sus tersas mejillas. Sí. Deseaba verla sufrir como a ella.


¡Pero la condenada negra ni siquiera volteaba de casualidad!


Tres... cuatro... el último sorbo del quinto cognac desapareció de entre sus labios. Ansiaba tanto la atención de la mulata que no paraba de sonreír y refulgir. Deseaba ofrecerle su desprecio a cambio del interés de ella. Las abolidas inhibiciones no pudieron, pues, restringirla a levantarse del asiento y empezar a caminar hacia ella. Tenía que esforzarse en mantener el equilibrio porque era como caminar en la cuerda floja. Y los tacones de aguja no la ayudaban mucho que digamos. Finalmente llegó donde ella. Plantó su cara más seria y agresiva, dispuesta a soltar algún venenoso comentario. La morena, sin dejar de sonreír, levantó la vista y observó ese rostro pálido coloreado y chorreado de rimmel, base y otro montón de cosméticos. Los finos labios apretados. Los verdosos irises casi clavándose en su oscura piel. Las cejas delineadas y muy bien depiladas fruncidas hasta casi llegar al inicio de la nariz.


Y soltó una tremenda carcajada.


Todo el aplomo, la seguridad y la confianza de la rubia se fragmentaron como un castillo de arena al ser golpeado por una ola. Todas las bien pensadas palabras que tenía reservadas, volaron como bandada de tórtolas. Y las lágrimas que el alcohol había logrado represar, brotaron a chorro. Nuevamente. Se sentía miserable. Estúpida. Ridícula. Desquitarse en alguien que no tenía nada que ver en el asunto, salvo el color de la piel. Rompió a llorar a gritos. No le importaba que su llorar se impusiera ante la música tenue. Sólo llorar.


De lo cerrados que tenía los ojos, no se percató que estaba siendo llevada a un apartado rincón, en una mesa apenas iluminada. Sintió su cabeza hundirse en unos senos elásticos, cónicos, fragantes a cítrico, tibios, acogedores. Perfectos. Unos brazos cálidos, pero bajo cuya suavísima piel sentía una fuerte complexión que a ella le llevaría años en el gym, estrecharon sus hombros. Fue sostenida hasta que se apaciguó. Luego dos uñas rozaron tenuemente su barbilla y elevaron su cabeza. Los ojos se alinearon. Los verdes, enrojecidos y llorosos con los profundos, brillantes y de azabache.


Una pregunta, un chorro de respuestas. Otra pregunta, más verborrea estimulada por el cognac. Ella no sabía el porqué de esa sensación de seguridad y ternura que la embargaba. De hecho, tenía ganas de no proseguir, de reconocer que esto no iba por el carril que debía ser. Pero lo deseaba más y más. No podía dejar de contemplar esa faz reluciente, opaca, esos ojos tan llenos de cariño. La voz grave, sensual de la morena la acariciaba por dentro y fuera e iba calmando de a poco el dolor que había provocado el gusano. Estaba agradecida. Le estaba pasando la borrachera.


Mas no un deseo que surgía de a poco.


Y mientras los milímetros desaparecían entre los labios, llenos y lustrosos unos, finos y temblorosos otros; las voces se suavizaban hasta quedar en tenues susurros. La rubia recordó cuando era adolescente. Con sus amigas, jugaban a cómo sería el primer beso. Chocaban los labios y se despegaban riendo. Inocencia. Diversión. Juego. Esto... esto era muy diferente. El roce tan delicado, el contacto que parecía fundir. Tan extraño, tan indebido, tan fuera de lo normal, tan... exquisito y excitante.


No sabía qué le deparaba la noche junto a la morena de fuego que había pretendido humillar.

No sabía qué pasaría con ella, sus sentimientos y los de la negra.

Sólo algo supo.

Cuando, estrechadas de la mano, salían del bar para dirigirse al lugar de la morena.


Que debió girar a la derecha en vez de la izquierda. Se había equivocado de bar.

Saturday, May 12, 2007

RADICAL...




Advertencia: Post gore, es decir de contenido muy violento.

...Por fin he logrado atraparte.
Tus ojos, de seguro inyectados en sangre y nublados de solvente de goma al cometer ese crimen, ahora están fijos, temblorosos, desorbitados por el miedo.
Fijos en mi persona, cubierta con un traje plástico enterizo, una mascarilla desechable y gafas plásticas.
Y moviéndose desesperadamente hacia tu propio cuerpo, perfectamente fijo con gruesas correas de plástico a la a cama especial que preparé para ti. O más bien una mesa.
Tus chuchas de tu madre, tus jueputa, tus mamaverga suéltame suenan como los ladridos de un chihuahua tras rejas de grueso acero. Me divierten. Tus insultos flaquean y se derriten en un galimatías de déjame ir ñañitoshh, yo no te hishe nada pana, no sheas turro....
Verdad es.
Nada me hiciste a mí.
Se lo hiciste a alguien muy querido para mí. ¿Recuerdas?
Sin pena, sin remordimientos, sin pensar.
Hundiste tu navaja hecha del mango de una cuchara en un ser que para mí era tan importante, tan necesario, pero en esa persona sólo viste un puñado de billetes con el que pudieras conseguir tu aguardiente y tu cemento de contacto para divertirte mientras rapeabas tu reguetón.
Incluso a pesar que tu victima no opuso resistencia, la heriste de muerte para que no "shapee". La dejaste ahí, ahogándose en su propia sangre, fruto de tu brutal tajazo en el pecho, que inundó su tráquea de fluido carmesí. Esta persona, tanto que tenía que ofrecer, tanto que reír, que llorar, que luchar, no iba a estar a mi lado más. Una parte de mí murió junto a su cadáver.
Pero ese hecho finalmente sacó mi instinto de justicia real.
A la mierda la policía. Te meterían preso dos días y luego tu miserable familia te haría sacar para que continúes haciendo lo que mejor sabes hacer.
Sembrar miseria e infelicidad.
Así que ahora estás ante mí. Tu juez, tu jurado y tu verdugo.
VAS A PAGAR POR TU CRIMEN.
¿Querrás saber el motivo de que tus piernas estén levantadas con cuerdas envueltas en toallas?
Es para que las cuerdas no te apreten y pierdas sensibilidad.
Bueno, deja de chillar, que recién voy a empezar.
Tomo un pincel y mojo la piel de tu muslo derecho en alcohol puro. Concienzudamente. ¿Que qué te eshtoy hashiendo, pana? Ya sabrás. Ya sabrás...
El sudor helado te cubre el rostro al ver cómo desenvuelvo de un paño limpio un set de herramientas. Herramientas quirúrgicas. Y de un pequeño envoltorio empieza a refulgir un pequeño y plateado escalpelo que acoplo al mango. Tras eso, me calo guantes de goma. No quiero que tu inmunda sangre manche mi humanidad.
¿No, no, no ñaño, no, no? Repito tus gemebundos ayes burlonamente mientras con el lado romo del bisturí acaricio tu rostro estremecido. Siente bien esta cosquillienta sensación porque es lo último placentero que sentirás en mucho, mucho tiempo.
Con un marcador dibujo en la mitad de tu muslo derecho dos líneas convexas que se unen en los bordes. Ya no escucho tus ruegos de misericordia y perdón por lo que hiciste. Cierra el hocico, gentuza, que voy a trabajar.
La punta del bisturí separa en dos la línea que pintaba tu muslo mostrando tu dermis paliducha y numerosas perlas rojas que se van convirtiendo en líneas y arroyuelos silentes. Tu primer alarido resuena por toda la habitación. Música para mí...
No llores aún, reguetonero batracio, que recién empiezo.
Tomo un electrocauterio conectado previamente y empiezo a quemar suavemente los puntos por donde sangras. Cada "fsssss" es aderezado por otro chillido de tu parte.
Usando el cauterio y ayudándome con las pinzas de campo, tu piel se va levantando en dos enormes colgajos que, ayudado con otras cuerdas, dejo bien asegurados. Vaya, esas correas son mejores de lo que pensaba. Ni tus convulsiones salvajes hacen mover mucho mi campo de acción. Bien, los músculos ya están expuestos... vamos a ver...
Mi dedo enguantado va separando las fascias de todos los grupos. Ni necesidad tengo de recalcar que cada hundimiento digital lo sientes como si te penetrara un cautín. Tus gritos se van espaciando. Es como que te vas acostumbrando a este sufrimiento. Tendré, tal vez que esmerarme en aumentarlo...
Encontré la safena. Con hilos negros y tijeras, es ligada y cortada. Lo mismo ocurre mirando el lado interno de tu pierna. Esa enorme arteria por la que corre, brutal y salvaje como tu propio ser, la sangre que es tu vida completa. Si la seccionase surgiría un surtidor pulsante que en unos minutos te vaciaría sin más llevándote a una muerte segura. Pero no deseo tu muerte. Deseo tu sufrimiento.
Así que, mediante anudamientos, pinzadas, ligadas y más, son separados en dos segmentos tu arteria, tu vena femoral y el nervio femoral. Dedico un tiempito especial a cortar con lentitud ese nervio. Es como esperaba. Los espasmos de sufrimiento que te provocan son dignos de registrarse. Bueno, sigamos...
Como no dispongo del tiempo necesario, debo usar el electrocauterio a máxima potencia para ir cortando tus músculos. Uno tras otro. Tu llanto se intensifica cada vez que secciono uno de ellos. Vastos, rectos, aductores, sartorio, crural, semitendinoso, semimembranoso, recto interno. Uno tras otro sangran levemente, brincan y se sacuden cuando mi filo eléctrico los corta y los quema.
Ahora me concentro en tu parte posterior.
Primero debo separar de un buen tirón los bíceps crurales que protegen tu paquete poplíteo. Gruesos vasos y el cordón nervioso. Los vasos son un toque en ligar y cortar. Porque el nervio poplíteo, mientras lo vaya inyectando primero de agua destilada para aumentar la sensibilidad, y luego cortarlo muy lentamente, va a provocar en mí un placer enorme.
Y en tí un dolor indecible.
Oh no, te desmayaste. Mejor te aplico un estimulante para que despiertes pronto. Has sido un aullante testigo de mi operación de sanción y no deseo que pierdas un detalle. Al despertar de nuevo, te acomete una visceral e instintiva furia y me exiges a la mala que te mate.
Nada de eso, reguetonero.
Mi objetivo no es matarte.
Sólo es hacerte sufrir. Al extremo.
Bien, piel, músculos, y vasos con nervios ya han sido cortados. Ahora sólo falta el último detalle.
Tu fémur.
Veamos qué tan doloroso puede ser un toque en tu periostio. Por el rugido que profieres al tocarlo con el decolador, es serio. Bien pues, a desperiostizar. Tu fémur queda peladito. Listo para mi herramienta preferida. Un sinuoso hilo metálico con pequeñas puntas y relieves. Hago caso omiso de tus ruegos tus llantos y tus gritos de dolor y procedo a realizar un rápido vaivén en la diáfisis. Pequeñas virutas blancas bailan de un lado a otro. Y con un último chasquido tu pierna, esa que usabas para salir a la carrera cada vez que robabas o matabas a alguien para justificar tus vicios, es separada de ti, quedando colgada de la cuerda que ata el tobillo. Unos últimos hilillos de sangre corren tanto del miembro amputado como de tu muñón.
No, no creas que te dejaré así. Te inauguré de tullido y debo hacerlo bien. Tu muslo se ha reducido a un tembloroso tronco roji pardo de centro blancuzco.
Entonces es turno de aguja e hilo. Plano por plano voy cerrando esa enorme boca que provoqué. Tus aullidos se han reducido a gemidos y estertores. Buen chico. Ya mismo acabo aquí.
La boca se cierra con toques de hilo fuerte y dejan una línea repleta de puntos.
Esa es tu sentencia, reguetonero. No te he sentenciado a muerte, sino a una vida invivible.
Ahí tienes tu pierna. Obsérvala, entre la cortina de tus lágrimas.
Y sigue llorando, sigue arrepintiéndote de tu acto execrable, porque aún no estoy saciado.
Ahora sigue tu pierna izquierda. Y me importa un culo tu NOOOOOO de 100 decibeles.
Para que no mueras de dolor, te inyecto unos analgésicos a la vena. Sufrirás atrozmente, pero vivirás. Convertido en un guiñapo.
Estoy riéndome de antemano al ver la expresión de tu familia de gentuza al ver lo que te hice.
Los llantos histéricos de tu madre y hermanos. La mueca horrorizada de tus amigos.
¿Piensas que me voy a quedar con tus piernas? ¿Acaso me van a servir de algo esos tocones de carne inútiles?
Claro que no.
Te voy a devolver tus piernas.
Tu familia las va a recibir. En dos días justos.
Pero ADOBADAS Y HORNEADAS.
Con eso tu mísera familia tendrá para comer una semana, creo, si la refrigeradora que han de haber robado aún funciona.
... y se los haré saber en uno o dos días tras la comilona.
Que te aproveche tu carne, gentuza.
Nota: La amputación sí ocurrió, pero en quirófano, con equipo de cirujanos y con el propósito de salvar una vida, y no de sentenciarla. Se amputo la pierna derecha. Pero los detalles sirvieron para el cuento.

Wednesday, May 02, 2007

Puntos sensibles.


En mis brazos.
Una media de seda, de las tuyas.
Obstruyendo la luz de tus ojos. Censurada tu visión.
Me he comprometido a no hablar. Ni un suspiro. Ni un estertor.
Estás ciega y sorda. No porque no oigas, sino porque no deseo hacerte oír nada de mí.
Sólo poso un dedo.
Haciendo un camino tenue e invisible que sólo tú puedes notar.
Que conduce a un terreno de deseos poco explorado por tu persona.
Perfilo tu barbilla, mis yemas suben con lentitud por el contorno de tu rostro, por la comisura de tus labios.
Caminando por esas áreas epitelizadas sin queratinizar tan sensibles y suaves llamadas labios.
Mojo mi índice en tus dientes húmedos, mostrados ocasionalmente.
Con ese pincel humedezco y creo un cuadro en tus mejillas. No soy Picasso ni Miró.
Espirales, curvas como las tuyas, puntos al azar, dibujados con tinta transparente en tu piel.
Epa, esas manos tuyas quietas. Yo te estoy tocando. Tú sólo debes resistir. Hasta donde te sea humanamente posible.
No querrás que te ate, verdad?
En fin, confiando en tu consentida sumisión, libero tus ojos del yugo del panty. Para notar cómo tus párpados se estremecen al ser barridas las pestañas, las cejas y la finísima piel que cubre tus globos oculares. A una distancia infinitesimalmente corta, menos de un milímetro, puedes notar mi contacto. Toco sin tocarte. Acaricio sin rozar.
No te muerdas tanto los labios, que te los lastimarás. ¿Cómo besarlos luego?
Ya tu cara deja de interesarme. Voy a descubrir otros puntos, otros destinos.
El horizonte de tu cabello me llama a gritos.
Mientras divido la piel de tu nuca en meridianos poco equidistantes, me llevo una probada de tu cuello, tan níveo, tan limpio. Ocultando ríos furiosos de sangre cuyo latir percibe la punta de mi lengua.
No, no, no. Te había pedido que no me tocases. No deseo darle gusto a tus manos violentas y aferrantes. Vamos, quita tus manos de mi pierna y de mi antebrazo, y devuélvelas a tu regazo, tapado con una corta sábana de satín.
Tus temblores y jadeos me obligan a cambiar de lugar.
Una espalda naturalmente pulida, sin duras prominencias o huecos abruptos, me ofrece un caleidoscopio de posibilidades.
Una a una las pruebo.
Descubro que te atrae más mis cortas uñas rozando muy suavemente la curva de tu columna lumbar, justo antes que empieze tu violenta grupa, que el masajeo firme sobre los músculos que extienden tus brazos, mucho más arriba.
La razón es obvia. La finísima pelliza amplifica tu sensibilidad en esa parte. No resulta mucho el amasado y bruñido sobre los músculos y las raíces nerviosas. Te relaja y calma, y ésa no es mi intención. Abandono, pues, tal práctica.
Ahora, tendida en mi propio regazo, evitando y esquivando tus besos hambrientos, mido por sectores la excitabilidad de tu vientre.
¡Oh niña pícara! ¡Prefieres quemar etapas, agarrar mi mano al asalto y dirigirla a tu busto estremecido!
Es una pena no poder ver pasar a tus pezones del estado de tierna laxitud a puntiforme excitación. Ya ingurgitados de sangre y deseos, ellos apuntan a mi rostro, más exactamente, a mi boca, en busca del abrigo húmedo de mis labios y el culebreo morboso de mi lengua. Pero dejaré eso para el final.
Es un nuevo lienzo tu busto, ante las pinceladas sin sentido de mi parte. No te importa de todos modos lo que dibujo. Es lo que sientes lo que te arranca gemidos de la garganta.
Ya mi boca ocupada ahí, mis manos irán recorriendo el trayecto arterial haciendo que tu pulso aumente hasta quererse salir de la piel. Allá, por la femoral.
Un limbo emocionado, palpitante y muuuy ávido de mano de hombre.
Pero para tu dessesperación, sólo acaricio tus piernas, tus rodillas y pies. Palpando la dureza del tendón, la firmeza del músculo, la sedosidad de la piel. Lampiña o velluda, es maravilloso.
Hasta que te hartas de mi devaneo, mi ocio, mi maldad y te sublevas.
Lastima mi paladar tu lengua.
Duele mi piel cuando tus garras se me clavan. Creo que me haces sangrar.
Las marcas de tus dientes me durarán algunos días. ¿Cómo explicarlo al que me vea?
Tu feminidad, se harta de mi masculinidad.
La devora, una y otra vez.
La envuelve, la embardurna de tu savia, la violenta.
Y un rayo cae sobre ambos.
Vacía nuestras mentes.

Te arrancas la venda de los ojos.
Me das un beso ardiente seguido de una bofetada.
Te vistes a toda prisa y te vas.
Loca, nena, es que estás loca...