Bajo el cielo azul supremo, sin importar toneladas de partículas de carbono lanzadas al aire, sin importar rostros torvos, ceñudos, prejuiciosos, siempre hay un motivo para sentir amor, sin importar de qué tipo.
Se presenta de cualquier forma, de cualquier manera, bajo todo tipo de sabores, olores, vistas y sonidos. Es la forma en que se lo capta lo importante.
No se necesita realizar una gran inversión ni lanzar palabras inútiles para lograr sentir la esencia del sentimiento. Basta una salida, un motivo para verse, unas palabras cruzadas, y se da. La simple imagen de un rostro, anécdotas que sólo a ti se te pueden contar, reírse viendo las expresiones o reacciones, saberse que entre ambos hay algo especial, que no necesita expresarse con besos, caricias, palabras tan comunes y trilladas("te amo, mi amorcito, te adoro mi cielo"), sino más bien con un andar abrazados y que en cada contacto de ojos hables silenciosamente, es suficiente. El amor que sientes por un amig@, sea cual sea.
O que luego camines por una avenida cualquiera y palpes cada sensación, sea nueva o conocida, y que la sientas querida. El aire gélido por tus narices, el cielo nocturno tachonado de estrellas o las luces parpadeantes de la gran ciudad, cada olor y sonido que sale de cada puerta y negocio. El amor hacia cosas materiales.
Y cuando ves a una persona del sexo opuesto, sea las opulentas mamazotas que van trastabillando por tu camino, mostrando 3/4 de teta en su escote, o señoritas de aspecto calmado y responsable, con dos láminas de vidrio protegiendo sus ojos, tan pulcras, calmas, adorables, deseables. No las amas por el físico realmente, sino por lo que provocan en ti. Ternura, deseo, pasión, dulzura. Y claro, tambien es aplicable al sexo opuesto. Que ellas nos vean y se sobrecojan, seamos altos y greñudos y de buenas nalgas; patuchos, regordetes y de rostro severo; flacos, aguados y con cara de niño bueno; enormes, animalescos, trigueños y con ojos de fiera (lobo, tigre, halcón, cualquiera importa). El amor por la apariencia.
Cuántos de nosotr@s no hemos amado absoluta y estoicamente a iconos, seres ideales, dioses y diosas, actores, personajes, prototipos, lo que sea, sabiendo que un ser así nos dará una vida llena de dicha y alegría. El amor platónico.
Todos los que hemos caído irremisiblemente seducidos por las caritas nuevas en nuestra familia, nuestra carne y sangre, pequeños paquetes de travesuras, risas y inocencia, sean hijos o sobrinos. Lo mismo a los que estuvieron por encima o al lado nuestro, y solo con el pasar del tiempo aprendemos su verdadero valor. El amor por el clan.
Amores absolutos, completos, eternos en apariencia, felices, tristes, dolorosos, violentos, que nos dan motivos para vivir, y para morir en ciertos casos. Correspondidos unos, indiferentes otros (pero por lo menos inspiradores) y que entretejen estructuras dentro de nuestros espíritus. Amor hacia otra persona.
Y finalmente, esos amores que sin importar la relación que se tenga, te proveen de tranquilidad, delicadeza, armonía, paz. Esos amores que no necesitan de eufemismos ni pompas. Los que están porque sí. Los que florecen espontáneamente, que tal vez hagan dudar de lo que uno siente, pero que al verl@ uno sabe que es real. Uno sabe que viene de adentro.
Ese tipo de amor, que te llena, te vitaliza, te alimenta.
El mejor tipo de amor, el que con pequeños detalles y pormenores se alimenta y se mantiene fuerte.