Monday, May 01, 2006

PHALL... pagué el precio.

Tengo que advertir previamente que asquientos abstenerse.


Habiendo decidido prolongar otro día mi estadía en Quito, me dediqué al siempre placentero acto de caminar hasta que los pies doliesen.
Tras un largo trecho de haber recorrido la Amazonas, me di cuenta que estaba recorriendo los mismos recovecos donde, un mes antes, caminaba aterido y empapado buscando una reunión de bloggers que al final terminó siendo muy apartado del lugar. En fin, ahora bajo el fuerte sol, estaba decidiendo dónde invertir mis últimos 2.50 para almorzar (tengo que reconocerlo, cuando estoy en Quito, la plata se me va como agua en un cedazo).
Mis ojos de repente son atraídos por un letrero de un pequeño local. "Restaurante Hindú..." el nombre era intraducible y menos aún recordable. Un cartelito anunciaba una oferta de "main dishes" acompañados de arroz o pan naan, jugo y entrada, a 2.50... justo la cantidad que tenía en el bolsillo. Y nunca antes habia probado comida hindú. ¡Vamos pues adentro!
El dueño me saluda con amabilidad. Parece que soy el primer cliente, pienso para mí. Me tiende de vuelta la carta. Confirmo nuevamente el precio, pues no deseaba ningún aumento final que me fregara la contabilidad. Entonces me dedico a leer los platillos.
Tandoori chicken... mmmmmhh no. Pakora salad... no estaba de humor para ensaladas.... Pilaf rice... si era el puro arroz, me quedaba como si nada... Clasic Curry... interesante... otro nombre fácilmente olvidable... aumentaba el poder picante del plato... entonces mi mirada baja hasta el final, donde aparece un plato que, ahora que lo comí, debía estar subrayado con rojo y con avisos de DANGER!
El PHALL... era la máxima expresión de picante dentro de un curry. Sólo tenía un escueto aviso..."¡Cómalo todo y sorprenda al chef!"
¿Eh...?
Comerlo todo y sorprender al chef. ¿Quién era el chef? ¿Akane Tendo?
No, era el mismo hindú, escuchando su atractiva y melodiosa música autóctona.
Le dije que deseaba probar el Phall.
Sus ojos como platos me indicaron que el manjarcito no era precisamente una papilla de guineo y avena... me explicó que era un plato sumamente picante, que muy pocas personas lo pedían y menos aún terminaban el plato. Me ofreció en cambio versiones más mansas. Pero yo, loco y aventurero como siempre, me mantuve en mis trece. Si iba a conocer la comida hindú, iba a ser con un plato de los malditos. El Phall deseo, le dije. Con pan naan, no con arroz. Con una sonrisa de "a ver si sobrevives a esto", el hombre se metió a su cocina, no sin antes invitarme a tomar la mesa.
Definitivamente, no sabía en lo que me metía...
Mientras el plato se iba preparando, empecé a hacer recordatorios de mis anteriores experiencias de tener magma en la boca. Siempre he sido aficionado a lo picante, a pesar de haber padecido gastritis, y más todavía, luego de enterarme de los beneficios de la capscicina, lo que hace picante el ají. Esa vez que me chupé el dedo untado todo de ají oriental... o cuando mastiqué con salvajismo ese jalapeño... o cuando se me pasaba la mano con el picante en mis platillos... o cuando probé el wasabi... esa sensación de tener un asador prendido en la boca, y la carne era mi lengua, las toses convulsivas, el deseo de apagar las llamas tirándome de cabeza al primer charco... me preguntaba si esto iba a ser una nueva dimensión... ya me estaba poniendo nervioso.
Al rato, un joven camarero aparece llevando un plato y me lo tiende. Una minúscula tortilla hecha de vagetales que parecían cebollas y una pingüe ensalada estaban ante mí. ¿Y por esta mierda pagué 2.50??
Aún sorprendido, le pedí el pan naan al mozo, pero me aclaró que éste venía con el platillo, que esta era la entrada. Aaahh... era eso, un vaso de jugo de piña y un pocillito de salsa de menta (mezcla de limón, menta picada y algo de dulce... sabrosa).
La croqueta, hecha de cebollas, estaba en verdad buena. Mejor aún con la salsa. Ataqué sin dejar prisioneros y mientras me limpiaba la boca, llega el mozo y ahora sí, me muestra al demonio. El Phall.
Un pequeño plato sopero encerraba una especie de sopa espesa, más bien menestra licuada, pero con abundantísima cantidad de rojos y pintas negras. Lo negro era ají negro seco. Lo rojo eran incontables trocitos de ají rojo picante, y entre ellas, las semillas que son peores que la envoltura.
Olor... como una menestra bien condimentada, pero un escozor me recorrió la nariz de punta a punta. Como la overtura de un himno al diablo...
Agarro media cucharada de la crema amarronada y humeante, y tras unos segundos de vacilación, me la meto a la boca. El primer sabor que siento es el terroso de la lenteja. Pero sin aviso previo, como si una lijadora estuviera esmerilando mi lengua y carrillos, un ardor espantoso y cáustico invade mi boca. Empiezo a contar con los dedos, ante la mirada divertida del mozo. Una... dos... tres... CUATRO.... ¡¡CINCO!! ¡¡Cinco alarmas!! ¡Este plato era fuego licuado!
Toso, lagrimeo y boqueo para soltar algo del ardor. No baja. El solo pensamiento de volver a meter una cucharada del menjurje en mi ser aumenta la agonía. Mi primer impulso fue de vaciar el vaso de un trago, pero luego traté de reflexionar. De hacerlo así, no podría continuar comiendo. Así que valor, coraje ¡¡y una segunda cucharada dentro!!
Fue como echarle gasolina al fuego. Solté un gemido y muchas bocanadas. Trataba de pasarme el platillo sin saborearlo casi... para poderlo acabar... y luego, sepultado en ese infierno comestible, surge pollo. Adentro, que me da pausa para dominar el ardor. Pero cuando lo acabo, quedaban aún tres o más cucharadas. Con un esfuerzo supremo y casi sin fuerzas ya de mi pobre garganta que gemía piedad, los voy pasando casi sin masticar (aunque eso no era casi necesario, por la textura cremosa)...
El mozo se ha sorprendido.
El dueño sonríe satisfecho.
Logré acabar el platillo. Los restos del pan naan, como tortilla de trigo, sirven para terminarme de echar los remanentes del plato digno de Lucifer. Pero la verdad, estaba bueno... muy bueno...
Aún con el rostro anegado en llanto, pago y me despido.
Pero mi odisea recién empezaba.
De pura suerte, logré caminar a un centro comercial, porque, con mis conocimientos, sabía que semejante carga de irritante pasarían por mi intestino a velocidad fulgurante. Y no me equivoqué. Lo que no terminó de sufrir mi paladar, lo sufría ahora mi... bueno, digamos que la próxima vez que busquen un buen purgante, un par de cucharadas de salsa picante tipo roja oriental harán maravillas.
Y aún sigue pasando factura el méndigo plato...
Auch... quiero ir al baño...