Thursday, April 30, 2009

La promoción.



Valió la pena haber llegado a este hotel.

Era la quinceava celebración por motivo de la graduación del colegio de mi esposa, quien se había recibido de bachiller en uno de los más prestigiosos colegios de la ciudad. Liceo particular laico “Saint Jacques”, se llamaba. Mis suegros exprimieron hasta lo último de sus arcas para que su hija mayor se educara en tan prestigiosa institución, donde hijos de banqueros, celebridades y demás gente de alcurnia recibían instrucción secundaria.



El hotel era realmente fastuoso y repleto de lujos. Ubicado en una ensenada cercana a Salinas, tenía la particularidad de alzarse sobre un empinado acantilado, de cuya base serpenteaba una escalinata hasta el hotel, conectando un sistema de muelle para yates y otras embarcaciones privadas. Las playas no estaban lejos, como máximo a 500 metros del hotel. En la planta baja funcionaba un minimall donde los huéspedes y visitantes conseguían desde una botella hasta un cuadro artesanal hecho de conchas y caracolas espondylus. Claro que a precios muy superiores a lo normal. El servicio de comidas atendía tanto en sus propios locales (en la base y la cúspide) como en atención al cuarto. Era en el salón superior, justo en el centro de convenciones, donde se celebraría la fiesta de ex-alumnos. Un óvalo cristalino de transparencia casi perfecta permitía observar el cielo casi siempre despejado, pero que tenía una cubierta plegable para proteger del sol. En un extremo de la sala estaba el área donde una orquesta tocaba sin cesar melodías muy elegantes, mas no bailables. En ambos lados del salón estaban dispuestas las mesas del buffet, junto con los mozos, atentos al mínimo requerimiento de los comensales. Y algunas camareras se movían de un lado a otro de las mesas adjuntas llevando bandejas cargadas bien de vino, bien de bocadillos. Cosa que el espacio central quedaba presto para la tertulia y el baile, si se proponía. Mi mujer estaba encantada pero advirtió mi mirada golosa hacia las viandas de las mesas.

- Recuerda que estamos en un ambiente muy élite, no te quiero ver devorando como usualmente haces – me susurró en un tono de reproche.
- Tranquila, estoy con hambre pero no te voy a hacer quedar mal con tus…- empecé a responder pero un agudo chillido me interrumpió.
- ¡¡CHÉERIIIIII!! – gritó con aguda voz una dama sumamente enjoyada mientras se lanzaba a abrazar a mi esposa sin casi dejarla respirar. Para mi estupefacción otras tres señoras realizaron la misma gracia sepultando a mi pobre doña en abrazos, besos y manos entrelazadas. Saludos mezclando inglés, francés y español confundían nuestros oídos…
- ¿Cómo has estado todo este tiempo, darling?
- Nos hubieras llamado para salir de shopping y party, hija…
- Y nos enteramos que te habías casado, mon cheri, no será el que te acompaña, ¿nooo?
Finalmente mi señora, bastante amoscada y agobiada por la avalancha de mimos y preguntas pudo responder pausadamente.
- Chicas, tanto tiempo sin verlas, la verdad no sabía si me reconocerían o no. – pese al parloteo incesante en respuesta, ella siguió – es verdad, el que está a mi lado es mi esposo, llevamos ya cinco años de casados. Les presento, se llama…
- ¡Pero darling, hasta donde yo sabía tú estabas saliendo con el hijo del dueño de la cervecería Pulsener! ¿Cómo así lo dejaste?
- Y bueno hijita, sé que fuiste a estudiar a una universidad bien bien de populacho, capaz que fue ahí donde lo conociste – insinuó la otra haciéndome un gesto con la nariz. Ya estaba mentalmente preparado para este tipo de situaciones, pero igual me empezaba a molestar.
- Chicas, yo opino que no deberíamos juzgar así por así al marido de nuestra amiga. Si se casó con ella es por algo, no? Y, ¿me puedes decir qué haces, mon ami? – dijo mirándome con fijeza.
- Soy médico. Trabajo en la clínica que fundamos entre ella y yo. – Pude finalmente responder. A ver si con esa respuesta este trío de locas se quedaba…
- ¿Médico así a secas? No me irás a decir que no cuentas con alguna especialidad.
La frase última la dijo un tipo vestido de sport, quien portaba un vaso highball lleno hasta la mitad de escocés con hielo. Tras él vi acercarse dos hombres más de impecable vestimenta. Todos me escudriñaron con los ojos con una minuciosidad casi morbosa. Adiviné lo que buscaban. Cachorros de mierda… La mujer de los modismos franceses volteó y se prendió del brazo del que me hizo la pregunta.
- Fausto, sabes que no me gusta que te portes así frente a nuestra amiga. Ambos, que yo sepa, son médicos y ya con eso son bastante respetables. La medicina es una profesión trés bien, cheri… - susurró la mujer en tono apaciguador. Pero el rostro desdeñoso del tal Fausto no varió.
- ¡Bah! Si no tienes especialidad alguna, no eres nadie. Y ya te he dicho YO que me irrita muchísimo que mi propia esposa me contradiga frente a mis otros amigos, Alexandra. Me harta esa faceta tuya. – Ya mis ojos se habían clavado en Fausto, deseando demostrarle lo nadie que era. Pero mi mujer se había adelantado en mis intenciones, al sentir su mano apretando mi costado. Ya conocía lo que significaba ese gesto. Así que callé otro rato.

- ¡Bueno, bueno! No es momento de estar hablando de profesiones y eso, más bien centrémonos en que estamos juntos de nuevo, y podemos recordar esos días del colegio. Alexandra, Jessica, Kimberly, vamos a servirnos unos vinos y dejemos a los chicos para que se hagan amigos con mi esposo. No te me descontroles. – me terminó susurrando disimuladamente. Ni modo, tocaba actuar al ritmo de estos hijos de papi. Me serví un whisky mientras me acercaba al grupo de ex-compañeros de mi señora. Al regresar del bar, fui observando que empezaban a llegar personas ajenas al grupo de la promoción, incluyendo extranjeros. Algunos de apariencia nipona, otros de apariencia europea y un alto individuo que a todas luces parecía provenir de algún emirato árabe, con su pañuelo anudado y los ojos cubiertos con gruesas gafas oscuras. Las camareras ya estaban haciendo circular bandejas con aperitivos y bocaditos. Me llevé algunos a la boca para entretener la barriga. ¡Vaya, jamón serrano de primera! Antes de pensar en un detalle raro que vi, me llamaron al grupo de ex alumnos.

- Así que te lograste casar con nuestra compañera consentida. Nuestra linda bichita…- empezó a decir Fausto. ¿Bichita? Nunca había oído ese apodo antes…
- Claro, es que cuando yo se lo coloqué al principio, ella pasó llorando un buen tiempo, pero al rato se acostumbró y quedó de bichita. Siempre se tragaba nuestras bromas, esta pelada – continuó Fausto antes de prorrumpir en carcajadas estruendosas. Uno de sus compañeros al parecer vio mi cara encendiéndose de coraje por lo que intervino rápidamente.
- Fausto, yo opino que lo mejor es que nos vayamos presentando para conocernos mejor, ¿no te parece? – el aludido apenas resopló – Mucho gusto, me llamo Ricardo, él se llama Fausto, y el de aquí se llama Patricio Ignacio. Paig para los amigos – dijo Ricardo con una amplia sonrisa. Decidí devolvérsela. Ricardo continuó presentándonos. – Fausto es el dueño de la filial de Roxe en el país, heredado por su padre; como te habrás dado cuenta, está casado con Alexandra, quien trabaja de actriz de teatro y modelo. Yo me dedico a producción televisiva, tal vez habrás visto el programa Bastidores, yo soy el productor, aparte de un programa de opinión y denuncia. Y Paig, tiene una empresa de distribución farmacéutica muy…
- Basta Ricardo, vas a terminar diciéndole al doctor hasta de qué color cagamos… lo típico de un tinterillo de prensa. – Cortó groseramente Fausto. Ricardo enrojeció pero quedó callado. Paig iba a intervenir cuando llegaron las chicas, riéndose y bebiendo vino. Nos anunciaron que habían pedido a la orquesta que toque un par de piezas para bailar. Dicho y hecho, empezó a sonar música tropical, cosa que se armó cada pareja y bailamos un buen rato. En medio de la segunda melodía, oí la voz de Kimberly:
- Este hotel… es tan bello. Y pensar que fue el mismo donde hicimos nuestro paseo de sexto curso… y donde… donde…
Estas palabras detuvieron en seco a todos los integrantes de la promoción quienes voltearon a ver con mirada punzante a Kimberly, quien sólo miraba al resto con extrañeza.
- ¡Creí que habíamos acordado no volver a mencionar NUNCA MÁS ese incidente! – rugió Fausto visiblemente furioso. Alexandra intentó calmarlo pero no lo logró, mientras éste seguía vociferando – ¡Lo que sucedió hace quince años ya debería estar olvidado por todos nosotros, encuentro absurdo que todavía se aferren a esos recuerdos tan caducos! ¡Déjame tranquilo, maldita sea! – terminó apartándose bruscamente de su esposa y se dirigió al bar a echarse otro whisky. La orquesta calló. Todos los otros perdieron su rostro de fiesta, salvo mi esposa, quien se encontraba tan extrañada como yo. Se dirigió a Jimena.
- Jimena, ¿de qué asunto habla Kimberly que enojó tanto a Fausto?
- Déjalo hijita, déjalo nomás. No tiene importancia alguna.
- ¡Sí la tuvo! ¡Claro que la tuvo! – Respondió Alexandra muy alterada; pude ver incluso algunas lágrimas brillando en sus ojos. Todo esto parecía extremadamente raro…
- Ya, mucha pendejada, mejor coman algo para que se calmen, yo voy a hablar de un asunto que tenía pendiente con Fausto – dijo Paig mientras se alejaba del grupo rumbo al bar. Yo tomé de la mano a mi mujer y la llevé al balcón para conversar.
- Lo siento mijo, la verdad es que la velada no ha salido como yo lo esperaba…
- No te lo voy a negar, algunos de estos estirados me han caído como patada a las bolsas, pero me ha dejado bien intrigado esto último. ¿Sabes qué fue lo que pasó que tanto altera a esta gente?
- La verdad casi no me acuerdo de ese episodio, debido a que por falta de dinero no fui a este viaje de fin de curso. Medio recuerdo que cuando volvieron todos estaban silenciosos y huraños, sobre todo Alexandra. Pero nunca me dieron detalles de lo ocurrido. Además yo en sexto pasaba el tiempo sobre todo en pasantías y prácticas en hospitales y eso.
- Veremos si logramos obtener algún dato de ese problema. Ven, vamos a la mesa del buffet que con el baile y todo esto, ya no aguanto el hambre.
- Si no hay más remedio… recuerda por favor, no seas tan voraz.
- Ya mija, todo bien.
Mientras nos íbamos sirviendo noté que la orquesta volvía a ofrecer música. Mientras llenaba mi plato de camarones y presas de cordero, escuché una discusión en el bar, protagonizada por Paig y un ya borracho Fausto.
- ¡¿70/30?! ¿Ésa es la proporción que me estás ofertando Fausto? Sobre la sociedad que pensábamos realizar?
- Es lo máximo que te puedo ofrecer, Paig. No hay forma de bajar la proporción. Si así se hace, salgo perdiendo. Y no puedo salir perdiendo en estas negociaciones – farfulló Fausto.
- ¿Perdiendo? ¡Estás completamente demente si piensas que voy a aceptar esa mierda de utilidad! Teníamos el acuerdo que seria mitad y mitad! ¿O no te acuerdas de eso, Fausto?
- No firmé nada sobre eso. Aquí está para que firmes. Y lo quiero de una vez. Que mañana me reuno con mi grupo de ejecutivos y les quiero ya anunciar que tu empresa ya está unida a nosotros… - Piag perdió la paciencia y le gritó un par de cosas a Fausto. Éste respondió aún más furibundo. Parecía que se irían en poco a las manos, pero fue Ricardo quienes los separó. Fausto se soltó del agarre de Ricardo, apuró otro vaso de whisky. Y para vergüenza no sólo de los ex – compañeros, si no también de los otros turistas, empezó a gritar como salvaje:
- ¡¡Que lo sepan bien, hijos de puta!! Yo, Fausto Elizalde Oporto, tengo mucho más Poder, billete y clase que todos ustedes juntos!! ¡Yo manejo una de las empresas más lucrativas de este país! Y ustedes juntos no pueden siquiera igualar toda mi fortuna. ¡Son una tarea de mediocres, todos ustedes, indignos de haberse graduado en mi colegio!
- ¡Fausto, ya te has pasado de la raya! Te exijo una disculpa sobre todo a nuestros invitados – dijo Ricardo señalándonos a mi esposa y a mí.
- ¿Y desde cuándo tú me das órdenes, tinterillo de cuarta, cajón billeteado? Yo no me disculpo ante nadie… - ignorando la mirada furiosa de Ricardo, Fausto extrajo un objeto largo, metálico y puntiagudo de su pantalón y hizo el ademán de introducírselo en la oreja derecha. – mierda, qué picor…
Fue entonces cuando la avergonzada Alexandra decidió tomar acción. Frente a todos los testigos, incluyendo ya algunos de los extranjeros que se habían acercado, reintrodujo tal artefacto en el bolsillo de vuelta, vociferó algo como que ya esto en frente de todos no, y casi a empellones se lo llevó a su habitación. Ya calmada la situación, tratamos de volver al ambiente pero fue imposible.

- Juro que me las vas a pagar… - repetía con los puños apretados Ricardo. Entre Jimena y Kimberly le hablaron para calmarlo, pero el sólo volteó y se fue. Paig también había desaparecido. Mi mujer estaba consternada por lo ocurrido, así que le propuse mejor ir a conocer a otras personas, a lo cual accedió sin mucha convicción.
- Ah, en verdad ha sido un esbectáculo tan boco elegante, en mi baís no se ven estos exabruptos, loado sea Alá… - decía con sorna el alto árabe con quien habíamos ya iniciado una conversación.
- Definitivamente, deberíamos pedirles disculpas por darle tan mala impresión de nuestro país, señor… - respondí.
- Ussalam! Usted berdone, mi nombre es Hakim, Hakim Al-nadir. – dijo, haciendo una ceremoniosa genuflexión. – soy embresario betrolero y había venido a su baís a negociar sobre unos nuevos sitios de exblotación hidrocarburífera, brevia bendición de Alá.
- Me doy cuenta que ud. es muy creyente en su Islam… en fin, volviendo a lo de antes, por tristeza este Fausto siempre ha sido así. Un prepotente, mangajo y borracho, consentido y solapado desde joven. Si le contara las diabluras que hacía…
- ¡Mil berdones, señora! Estamos cercanos a las cinco de la tarde, y es la hora de mi rezo. Con su bermiso… - le interrumpió Hakim luego de mirar su reloj. Saludó ceremonioso y se fue, casi a la carrera.
Con todo el relajo y el ambiente festivo roto, preferí llenarme de comida junto a mi esposa. Al parecer no habían casi huéspedes en el hotel, tal vez era por la época del año.
- Por cierto, cuando nos íbamos conociendo, Fausto me dijo que solían llamarte bichita…¿cómo así nunca me lo..?
- No. NO. No me gusta en lo absoluto que me llamen así. No me hagas enojar contigo, por favor. – Me cortó de una mientras me apretaba con mucha fuerza el brazo. Por su mirada, entendí que dicho apodo debió hacerla sufrir mucho. Definitivamente este Faustillo era todo una joyita.
- Perdóname mi cielo. Te prometo que no volveré a…
- ¡¡AAAAHHHHHHHHH!! ¡¡FAAUSTOOOOO!!!
Ese agudísimo alarido provenía de las habitaciones de más abajo, donde estábamos hospedados la mayoría. Sintiendo un aire glacial en el estómago, bajamos la escalinata corriendo, y al llegar al pasillo, vimos a una horrorizada Alexandra apoyada en la puerta de su habitación, señalando temblorosa el interior. Un feo espectáculo se nos reveló. Fausto yacía sentado en el escritorio de su habitación, casi despatarrado, con el rostro desencajado, los ojos muy abiertos y de su oído derecho rezumaba una mezcla de sangre y pulpa cerebral. En su mano derecha aferraba el objeto agudo que había extraído con anterioridad de su pantalón, casi hasta la mitad embadurnado de sangre. Me dirigí raudo a Fausto y le palpé la carótida. Nada. No respiraba. Fausto estaba muerto. Fue ahí cuando divisé una mancha oscura en el canto de su mano derecha. Disimulado la toqué. Cremoso y marrón, con olor a cosmético…

Al llegar las otras mujeres y ver el cuadro, estallaron en alaridos de terror. Mi esposa las sujetó mientras yo forcejée con Alexandra quien quería deseperadamente abrazar a su marido. Le tuve que gritar que había que llamar a la policía y si movía el cadáver podría estropear la labor policial. Finalmente, llorando, accedió. En menos de diez minutos habían llegado los policías y acordonaron el sitio. Tras explicarles que yo le tomé el pulso por lo de las huellas dactilares, procedieron a levantar el cadáver. En eso se abrió la puerta de dos habitaciones más al fondo y salió con rostro contrariado el sr. Al-nadir.
- ¡Bero qué es todo este alboroto! ¡Un fiel a Alá no buede hacer su rezo en paz! ¡Ussalam!
Rápidamente le informé del asunto, mientras más y más curiosos se agolpaban dentro del pasillo, obligando a los policías a hacer circular a la muchedumbre. Entretanto, Hakim ofrecía sus disculpas a la viuda, visiblemente consternado.
- Que Alá se abiade del alma de su señor marido, rezaré por usted diariamente, mi señora…
- ¡Atención! Los conocidos y familiares del fallecido, por favor acercarse al cuarto. Hemos ya recogido las evidencias y cercado el perímetro del cadáver. El resto de huéspedes les solicitamos no abandonar el hotel hasta que se emita un comunicado oficial. – Gritó un policía. Todos los implicados obedecimos en el acto. Ya dentro, el forense a cargo nos explicó algunos pormenores:

- Primero que nada, expreso mis condolencias a la viuda. – Alexandra asintió levemente, aún sollozante. – De lo que se puede deducir, el motivo primario de la muerte del sr. Elizalde fue traumatismo encefálico severo provocado por la introducción violenta de este elemento metálico a través del canal auditivo derecho de la víctima; – mostró en una funda plástica el extractor de cerilla aún cubierto de sangre. – apenas se hallaron huellas de forcejeo, salvo las convulsiones propias de este tipo de trauma. Sólo se hallaron huellas de la víctima en el extractor. Así que tenemos dos hipótesis para esta muerte. La primera, el suicidio, a pesar que esta forma de matarse es por demás rebuscada y dolorosa.
- ¡Non! Rechazo esa posibilidad, oficial, yo estuve casada por casi 10 años con Fausto y nunca mostró señales de comportamiento suicida, y su empresa marchaba viento en popa – habló enérgicamente Alexandra.
- Muy bien, entonces tenemos la segunda hipótesis. El sr. Elizalde fue asesinado. Lo extraño del caso es que la viuda asegura haber abierto la puerta, que sólo se abre con tarjeta y se asegura desde dentro y halló el cadáver. Pero algo muy importante, cerca del cuerpo se hallaron estos objetos – el agente mostró dos fundas. La primera albergaba un celular Blueberry y la segunda unos papeles rasgados. - ¿Alguno de los presentes tenía motivos para asesinar a este hombre? Y además ¿pueden explicar de quién son estas pertenencias?
- ¿No es ése tu celular, Ricardo? – Preguntó sorprendida Kimberly. Este dio un respingo.
- ¡De ninguna manera! Yo mi celular lo tengo aquí mismo en… en… - empezó a rebuscarse febrilmente los bolsillos sin resultados - ¡Puedo jurar que lo tenía aquí mismo todo el tiempo! – El ceño del oficial se frunció. Todos volteamos a ver a Ricardo, ahora pálido y sudoroso.
- Que yo sepa, te la pasaste repitiendo “juro que me las vas a pagar” cuando te insultó Fausto. – insinuó mordazmente Paig. Ricardo se levantó de un salto y casi arrancó la segunda funda de la mano del oficial. Tras revisarlos un rato pese a las protestas del oficial, Ricardo aleteó los jirones frente al rostro de Paig.
- ¡Mira! Esto es un contrato de sociedad entre tú y Fausto! ¡Justamente el contrato en que le reclamabas la desigual repartición de las utilidades! ¡Entonces fuiste tú el que asesinaste a Fausto para poderte luego apoderar de su compañía, a la que ansiabas en secreto! ¡Me lo confesaste cuando estábamos bebiendo dos días atrás!
Paig soltó en ese momento un violento puñetazo hacia Ricardo, quien saltó sobre Paig y se enfrascaron en una pelea. Tardamos un rato en separarlos, mientras se gritaban mutuamente “asesino, matón, ambicioso, rata”. Una furibunda orden de silencio del oficial calló a la gente.
- Tengo la firme sospecha que no fue uno, sino dos, los que emboscaron y mataron al sr. Elizalde. Si hubiera sólo una de las evidencias en el piso, el culpable sería más que evidente. Pero creo yo que ustedes, con sus propios motivos para matarlo, y conocedores del hábito de limpiarse los oídos con tal aparato, forcejearon con él y lo obligaron por su propia mano a introducirse el extractor dentro del cráneo. Cerraron luego la habitación y ayudándose el uno al otro, saltaron al siguiente balcón, que casualmente es el de su habitación. Luego esperaron a que la viuda diera la alarma y hacerse los inocentes. Oficiales, arresten a estos hombres. Los mantendremos en custodia hasta elaborar el parte.
Vociferando insultos, amenazas y solicitudes de abogados, Ricardo y Paig fueron arrestados y llevados a una comisaría cercana. Sus amigas quedaron pasmadas por el asunto, pero convocaron a periodistas y dieron su versión de los hechos. Simultáneamente hicieron circular en internet a través de blogs y facebook el asesinato y los dos sospechosos. Prácticamente medio mundo se enteraría del hecho. Luego de una hora el resto del grupo conversábamos en el cuarto de Jimena, donde Alexandra había mudado sus cosas.

- Aún no puedo creer que Ricardo y Paig hayan sido capaces de cometer tal mostruosidad… -susurraba Alexandra.
- Pero ya tuvieron lo que merecían. Ahora todos se han enterado de lo que hicieron. Esos están jodidos, darling. – dijo con aire triunfal Kimberly.
- ¡Estúpida! ¡Más que estúpida! Ellos están en calidad de sospechosos, y mientras no se demuestren pruebas fehacientes o confesiones, ellos aún son inocentes. ¡Los has cagado, Kim! – la retó furiosa Jimena. Ella estuvo a punto de lanzar su contraataque cuando mi mujer les paró el carro.

Yo por mi parte, no dejaba de pensar en el crimen y en las evidencias. Cierto era, ambos tenían motivos sólidos para matar a Fausto. El de por sí era un tipo repelente, un pobre platudo, pero el modo del asesinato… deberías tener una puntería bestial para acertar de una en introducir el extractor en un canal tan estrecho. Y por lo menos hubiera requerido dos intentos. No había heridas que confirmaran tal teoría. Podría también ser que entre los dos obligasen a Fausto contra su voluntad a meterse el pincho, pero era un hombre bien alimentado, y a pesar de estar borracho, tendría que haber habido señales de lucha. Y éstas estaban ausentes. Mientras divagaba sobre estos problemas, mi mirada captó una foto en la maleta de Alexandra. La miré detenidamente y le pregunté a ella cuándo fue tomada la foto. Ella me arrebató presta la foto y la abrazó.
- ¡Perdóname, pero esto es un asunto muy personal! ¡Y Fausto me tenía prohibido mostrarla, por eso es que..!
- Alexandra… Fausto está muerto – le dije suavemente. Ella volvió a colocar la foto en su regazo, con lo cual se hizo visible. Eran siete adolescentes de unos diecisiete años aproximadamente. En el centro, se veía un risueño muchacho alto y rubio.
- Esta foto nos la tomamos en este hotel, hace quince años. – Empezó Alexandra. Kimberly trató de callarla pero mi mujer la retuvo. – Estábamos en sexto año, y era nuestro paseo de fin de curso. Entre todos lo organizamos. Teníamos planeado quedarnos una semana.
- ¿Quién era el rubio que estaba al lado tuyo? – Pregunté.
- …se llamaba Karl. Karl Lärsen. Había llegado de intercambio de Alemania hacía unos meses antes del viaje y se había integrado al grupo bastante bien. Tú no lo conociste casi – dijo mirando a mi esposa – pues en ese tiempo pasabas haciendo prácticas. Era un apasionado de las artes escénicas y circenses, y muchas veces nos sorprendía con una cabriola o una imitación de algún profesor que nos cayera mal. Yo me empecé a enamorar de él y al parecer Karl sí me correspondía. Tenía planeado declararme la última noche, en la farra de despedida, pero… - Alexandra calló por un rato. Se notaba su esfuerzo para que no se quebrase su voz – Esa noche, pasó algo espantoso. Fausto y los demás vinieron corriendo a avisarme que habían visto a Karl hacer equilibrios en su cuarto cerca del balcón cuando trastabilló y cayó al acantilado. Hicimos todos esfuerzos desesperados para hallar su cuerpo, pero con lo picado que estaba el mar nunca encontramos nada. Finalmente llegaron nuestros padres y tras las investigaciones no tuvimos más que declarar muerto a Karl y avisar a su familia en Alemania. Volvimos todos abatidos. Karl era nuestro amigo, nos quería muchísimo a todos…

Para ese momento, Jimena y Kimberly se mordían los labios conteniendo las lágrimas. Mi esposa también estaba muy consternada así que abrazó a Alexandra estrechamente quien volvió a romper en llanto. En eso, en el estande de Jimena vi un pomo y le pregunté qué era eso.
- Ah, eso es crema bronceadora. Para evitar pasarte mucho al sol. - ¿Crema bronceadora? ¡Un momento! Agarré el pomo y salí corriendo al baño del pasillo. Y al abrir la puerta escuché una como maldición ininteligible. Le había dado sin querer a alguien. Era Hakim. Me disculpé lo más cortésmente posible, mientras él se sacaba sus gafas para sobarse la nariz. Luego de alejarse, me puse frente al espejo a pensar rápidamente, añadiendo a mis datos dos nuevas dudas. Y llegué a la conclusión.

El asesino aún estaba dentro del hotel, ¡y ya sabía quién era! Volé de nuevo a la habitación de Jimena y casi grité que llamasen de nuevo al agente a cargo, que tenía que darle unas explicaciones. ¡Y para ayer! Cuando llegó de nuevo el agente, le solicité que reúna nuevamente a todos los huéspedes. Cuando todos estuvieron presentes empecé.

- Oficial, tengo suficiente evidencia para demostrar que Fausto Elizalde ha sido asesinado, pero no por Ricardo y Paig, como sospechábamos en un principio. – Mi declaración provocó una exclamación de asombro entre todos. Mi mujer me miró ansiosa, temerosa que me fuera a jugar algo más que mi prestigio, pero proseguí.
- Discúlpeme doctor, pero ambos sospechosos tenían móviles y se presentó evidencia que los incriminaban en el crimen. Además se acusaron mutuamente de haber asesinado al sr. Elizalde. ¿Cuál es su razonamiento para declararlos inocentes, por favor?
- Aquí está la principal evidencia, oficial. – Alcé el pomo de cosmético y lo mostré a la gente. – Jimena ahogó un grito mientras palidecía de la ira.
- ¡¡No irás a decir ahora que la culpable soy yo!! ¡¡De ninguna manera aceptaré este juicio tan estúpido y absurdo!! ¡¡Tienes que apoyarme en eso, bichita!! – gritó volviéndose furiosa a mi mujer, quien sólo atinó a mirarme expectante.
- No Jimena. No te estoy acusando de nada. Estoy indicando que este cosmético incriminará al verdadero asesino, quien está entre nosotros.
¡Y esa persona, el asesino de Fausto Elizalde, ERES TÚ, HAKIM AL-NADIR!
¡Tú entraste a la habitación, aprovechaste a que Fausto se escarbara el oído con su extractor, te pusiste tras él y de un solo manotazo golpeaste su mano derecha, provocando que el extractor destroce su cerebro! Luego cerraste la puerta con seguro y huiste hasta tu habitación para luego salir con la pantomima que te estaban interrumpiendo el rezo.
Al decir esto, Hakim enrojeció de furia y desenvainó una daga mascullando en una mezcla de árabe y español. El oficial hizo un gesto y dos policías retuvieron al debatiente musulmán.
- ¡Por el nombre de Alá y el brofeta! ¡Ni mil muertes tuyas podrán lavar esta ofensa cometida! ¡No tienes ninguna brueba para incriminarme, bastardo! ¡Juro que te demandaré ante un tribunal islámico para que recibas tu merecido! ¡Ussalam!
- Claro que nunca me arriesgaría a lanzar una hipótesis tan atrevida si no estuviera seguro de las pruebas que tengo. Primero que nada, Hakim Al-nadir…¿qué tan fiel eres al Islam?
- ¡Cómo te atreves, berro maldito! ¡He crecido bajo el cobijo del Islam y del brofeta Mahoma! ¡Sigo sus leyes a rajatabla y rezo a diario mirando hacia La Meca! – rugió furioso el árabe.
- Entonces quisiera hacerte dos preguntas. La primera: ¿Por qué razón en la recepción te atiborrabas de bocadillos, siendo elaborados de jamón serrano? ¿No es el cerdo animal impuro para el islámico? – Al oír esto, Hakim quedó boquiabierto – Segunda pregunta: Según he escuchado, tus interjecciones favoritas son ussalam, entre otras ¿cierto? En ese caso, cuando choqué contigo involuntariamente, ¿porqué soltaste un rasposo Scheiße?
Para ese momento, todos estaban mirando a Hakim, quien sólo atinaba a mirar al suelo mientras sudaba profusamente. Alexandra no apartaba la vista del hombre, tan intensamente que casi lo perforaba.

- Por tanto, nos has entregado una muy excelente actuación como un islámico, Hakim Al-nadir. O más bien debería decir… ¡KARL LÄRSEN!!
Para ese momento, las amigas de mi esposa se llevaron las manos a la boca, estupefactas. Alexandra no soportó la tensión y se desvaneció. Mi esposa corrió a socorrerla. Yo mientras tanto terminaba de exponer mi hipótesis.
- Sólo Karl Lärsen, además de los de la promoción podía conocer los hábitos de Fausto como era escarbarse los oídos con objetos duros. Así que te aprovechaste de cuando todos se aproximaron al momento de la pelea entre los tres hombres y disimuladamente extrajiste el celular del bolsillo de Ricardo. Luego, para incriminarlos, dejaste en el piso el celular, buscaste el contrato y lo rasgaste. Tras eso, saltaste de balcón en balcón hasta llegar al tuyo y culminar tu farsa. Es algo fácil para ti, si conservabas tus dotes de acróbata e histrionista. Y el detalle final fue en el mismo momento del tope accidental. Nunca te habías quitado las gafas hasta el momento, pero al momento del golpe no pudiste evitar quitártelas para sobarte la nariz lastimada. Y pude evidenciar esto.- Avancé hacia Karl y le quité las gafas. Sobre el puente nasal, se observaba una fina cicatriz que le otorgaba una forma aguileña. – Este tipo de cicatriz sólo pueden ser resultado de una cirugía. Y ahora… observen cómo el sudor de Karl está lavándole la crema bronceadora que se colocaba a diario para fingir su tono de piel… ¡la misma crema que hallé en el canto de la mano derecha de Fausto! – finalicé. Reinaba en ese momento un silencio absoluto.

- Ja, ja, ja, ja, ja… - era Karl quien de repente empezó a reír, mientras las gotas de sudor revelaban su pálida piel. – en verdad creí poder llevar a cabo mi venganza contra todos estos hijos de puta. – Alzó la cabeza y me miró – Supongo doctor, que te habrán contado de mi “accidente” en el cual nunca hallaron mi cadáver, ¿verdad? Pues nunca hubo un accidente, chicas – dijo dirigiéndose a las mujeres – Lo que en verdad ocurrió fue que esa noche, Fausto, Ricardo y Paig me invitaron a tomar y en media tertulia Fausto me inmovilizó de un puntapié en el estómago, y entre los tres me alzaron en peso, mientras Fausto me decía que nunca iba a permitir que un alemán de mierda le quitase a su preciosa Alexandra – la rabia empezó a encender el rostro de Karl. Alexandra ya había recuperado el conocimiento, y estaba escuchando asombrada la verdad oculta por quince años. – y fue entonces que ellos, personas a las que consideraba amigos del alma, hermanos de corazón, ¡me arrojaron sin piedad acantilado abajo! Cuando recuperé el conocimiento estaba en un pueblo de pescadores, y sufriendo de amnesia temporal. Pasó un año hasta que por fin recuperé la memoria y mi primer pensamiento fue alejarme de esta gente maldita, quienes sobreponen dinero y apariencias ante todo, y casi muriendo en el intento, regresé a Alemania para planear mi venganza contra estos miserables.
- Entonces el motivo para asesinar a Fausto e inculpar a Ricardo y Paig, fue el intento de asesinato que sufriste por parte de ellos, ¿no? – pregunté.
- Ahí estás equivocado por completo, doctor… - su respuesta me hizo fruncir el ceño, pero todos quedamos de una pieza con la declaración posterior. – No lo hice por mí, a pesar que intentaron matarme y perdí un año de mi vida. No. La verdadera razón fue…¡para vengar la muerte de mi liebe Mutter!! – Las lágrimas empezaron a fluir de sus ojos - ¡Al recibir la noticia que su único hijo había muerto, mi amada madre, esa mujer que sola había criado un hijo contra todo pronóstico, y que en él había depositado sus esperanzas e ilusiones, sufrió un infarto! ¡¡TODO POR CULPA DE ESOS MALDITOS RICACHOS!! – Karl se dobló de rodillas, mientras los sollozos estremecían su cuerpo. Ahora Alexandra lo miraba con una mezcla de tristeza y compasión enorme. El agente a cargo tomó la palabra.
- En verdad, es un giro inesperado de los acontecimientos. Ordenaré de inmediato la libertad de los implicados. Doctor, gracias por sus razonamientos. Karl Lärsen, queda usted detenido por el asesinato de Fausto Elizalde. Tiene derecho a…

Mientras se llevaban a Karl, pude divisar un intercambio de miradas entre Alexandra y él. Curiosamente, no vi rencor ni odio en ninguna. Luego volteó a verme. Asimismo, sin rencor. Incluso me sonrió mientras me decía:
- Mi venganza está cumplida. Fausto está muerto y las reputaciones de Ricardo y Paig arruinadas por completo. Asimismo, he demostrado que estos “lazos” de amistad entre los ricachos son tan fáciles de romper… Doctor, lo felicito en verdad.
Le dedicó una última mirada a Alexandra, quien todo el tiempo permaneció sin decir palabra, antes de descender por el ascensor, hasta la patrulla que lo esperaba. Mi esposa se abrazó a mí consternada. Vaya celebración de promoción, me dije…

Tal como pronosticó Karl, quien fue deportado a Alemania; a pesar de ser puestos en libertad y la rueda de prensa posterior, el prestigio de Ricardo y Paig quedó por los suelos, sobre todo gracias a la información sobre el intento de asesinato de hace quince años regada eficazmente por Jimena y Kimberly. De Alexandra no volvimos a saber más, salvo que secretamente se embarcó en un vuelo a Europa…

Saturday, April 18, 2009

No apto para melindrosos ni veggies.

Señores y damas adoradas, simplemente les dejo los videos para que ustedes saquen conclusiones.







...como yapa y digestivo, les dejo este antiguo adagio chino:
"El que prueba algo nuevo, vive un día más".

Wednesday, April 08, 2009

Lamento Blanco, Risa negra (Parte 2)




María abrió los ojos lentamente, estimulada por los resplandores matinales.
Definitivamente, esa cama era una parcela de cielo sobre la tierra. No sólo era cómoda, sino que le proporcionó un sueño fresco y profundo, sin importar qué tanto se arrebujase entre los edredones. Tibieza sin llegar al sofoco y el mullido colchón que mantenía firmeza. Con razón al colocar la cabeza en la almohada, en cinco minutos se había desconectado.
Se calzó las sandalias y mientras se estiraba, desperezándose, se dirigió al baño. Luego de una ducha larga, se vistió y maquilló. La temperatura del agua estaba deliciosa, lo suficiente para espabilarla. Aún guardaba algo de pan, mermelada y leche así que empezó a untar la jalea de naranja en un par de enrrollados partidos a la mitad.
Fue cuando recordó la noche pasada.

El ojo, enorme, oscuro, desorbitado. Que había invadido el fondo de pantalla de su laptop al encenderla. Y esa frase. Susurrada, proveniente de las penumbras. "Por fin has llegado". Luego de haber observado atónita ese singular motivo en su laptop, pensó lo más lógico. Un virus. Algún estúpido virus, quizá filtrado por el msn u otro lado, le vino a jugar esa mala pasada. Hasta de pronto podía venir con algún archivo de sonido incluido para lo del susurro, aunque estaba segura que las palabras no vinieron de los parlantes de la lap. Ahora los virus se metían hasta por el Hi5 o el twitter. Sí, era lo más probable. Cambió el fondo por el que estaba deseando ver, el de los murciélagos.
Sonrió afortunada cuando vio que la señal de internet era buena, aunque un poco lenta. El proveedor no le había mentido. Así que dejó sus actualizaciones, revisó un par de blogs y chateó un poco con su novio y un par de amigas. Muchas palabras de felicitación, declaraciones de sana envidia y algo de propuestas picantes fue leyendo en las siguientes dos horas, hasta que el sueño la empezo a vencer.
Primer día en el trabajo.
No pudo evitar sobrecogerse de emoción cuando el director la presentó al alumnado luego del saludo a la bandera del lunes. Ese montón de caritas iluminadas con sonrisas, era una de las causas por las que tanto amaba la educación.
Le tocó empezar con primer y segundo grado. Para ellos, lo más elemental, las vocales y los saludos. Al salir al recreo, fijó su vista en un juego que realizaban los niños. Dos niñas y un niño estaban tomados de las manos y girando lentamente, mientras una ronda cantaba a su alrededor...
Uno, dos, tres,
lo que estuvo roto,
se unirá otra vez.
Uno, dos, tres,
será el alboroto,
sin cabeza ni pies.
Uno, dos, tres...

Con cada nueva estrofa, cambiaban los del centro, pero siempre eran dos niños y una niña. El juego atrajo su atención hasta que sonó el timbre del recreo. Los niños se dirigieron cada uno a sus clases.
Al terminar el día, María anduvo un rato comprando víveres para sus comidas posteriores. Entabló una conversación con la tendera y al poco rato charlaban como buenas amigas.
- La verdad, el nombre del pueblo es bastante peculiar. Reunión. - decía María.
- Bueno profesora, le cuento que nuestro pueblo a pesar de ser pequeñito y sencillo, tiene una gran antiguedad. Fue fundado hace más de trescientos años, y muy pocas cosas han cambiado desde entonces aquí, salvando pequeñeces como la electricidad, el teléfono y eso. - respondió la tendera.
- Mire usted, trescientos años, este pueblo debe estar repleto de tradiciones, ¿verdad?
- Si le contara, niña... tenemos todo tipo de historias para contar aquí; historias bonitas, historias trágicas, una que otra medio de miedo también, aunque tal vez esas fueran inventos para asustar a los niños malcriados.
- Las de miedo me dan curiosidad. ¿Se sabe alguna de ellas, señora?
- Le mentiría si le dijera que sí, niña. Una vez mi abuela me contó una hace tiempo tiempo, era niña todavía, y ya olvidé cómo iba. Pero de pronto... sabe qué, el papá del teniente político tiene como ochenta años y sabe muchos de los cuentos antiguos de aquí. De pronto un día va y le pregunta.
- Algún día iré a conocerlo. Seguro que ese señor tendrá bastante que decirme.
- Ahorita me vino un detalle de los que me contaba mi abuela. Era algo de un nombre muy antiguo, algo que ver con la ciudad... déjeme ver cómo iba...
- Bueno mija no le canso más, me regreso a mi casa. Buenas tardes.
- Hasta mañana!
Conforme ascendía la cuesta hacia su casa, María vio un resplandor extraño proveniente de la sala de la casa. Extrañada, apretó el paso, pues no había dejado ni una luz encendida al momento de salir por la mañana. Cuando abrió la puerta, lo que vio le hizo ahogar un grito al tiempo que la bolsa de su comida caía al piso.

Tres velas muy juntas estaban encendidas en toda la mitad de la sala, ardiendo simultáneamente formando una sola llama de la cual salía un oscuro humo que daba una tonalidad mate a los focos de la sala. No había señal de forzamientos de cerradura ni vidrios rotos. Era como si alguien hubiera estado ya dentro de su casa, y hubiera realizado ese acto.

Wednesday, April 01, 2009

Lamento blanco, Risa negra (Parte 1)



La vio en toda su magnitud.
Esa mansión en la parte más alta del cerro que dominaba el pueblo donde había llegado unos días antes, y permaneció alojada en la única posada que había hasta que los de la mudanza hubieran colocado todas sus pertenencias dentro.
- Pues entonces, profesora, bienvenida a Reunión. Usted habitará la mansión de allá arriba. Le puedo asegurar que desde ahí la vista al bosque y su lago es espléndida - había dicho el representante del alcalde a María, mientras le daba el juego de llaves que constituían las aperturas de todas las puertas necesarias. María hizo un par de malabares con el llavero antes de guardarlo en su bolso.
- Gracias por recibirme, señor. No sé mucho de este lugar, pero le aseguro que no voy a decepcionar a nadie mientras trabaje aquí. Soy muy dedicada y me encanta la instrucción. - Respondió mientras estrechaba la mano de su interlocutor. Rato después, le entregó las llaves a un empleado de la mudanza para que procediera a realizar su trabajo.

Oteando al pasear por la ciudad, calculó que Reunión no sobrepasaría dos mil almas siendo optimista. Pero estaba completo de servicios, y su proveedor de internet le aseguró que la señal satelital llegaría sin dificultades hasta ese pueblo. Un alivio, dado que siempre podría conectarse a la red, algo ya casi para ella como respirar o comer. Sin ese requisito previo, jamás habría aceptado trabajar allí como profesora de inglés.
En los dos días que estuvo en la posada, inspeccionó la localización de la escuela donde trabajaría pronto. El inicio de clases era la siguiente semana, y no tenía ganas de perderse o tomar el camino más largo desde su casa a su trabajo. La escuela era un caserón reconstruido con piedras y adobe, y dividido con tabiques de yeso sus interiores para separar cada aula. Como iba a enseñar únicamente inglés, le habían adelantado que dispondría de un aula exclusiva y las horas de enseñanza serían dos por grado, alternando los días. Un amplio patio con implementos de parque, una pequeña cancha y un cuarto aparte, donde funcionaría la dirección y el salón de profesores, dedujo, daba a la escuela una cálida y rústica apariencia.

Cuando fue a ver la localización de su nueva casa, especuló una caminata de una media hora hasta llegar a la escuela. Nada mal, y encima haría ejercicio al subir la cuesta.
Así que estando ya de pie frente a la puerta, se sintió cosquilleada por la expectativa y la curiosidad.
- Es justo lo que deseaba. Un lugar apacible y acogedor, con un trabajo bien pagado. Veremos cuánto duro... - se dijo mientras giraba el pestillo de la puerta principal, luego de haber estado un buen rato adivinando cuál llave era la correcta. Se prometió pegarle un adhesivo a cada llave para recordar a qué puerta abría.
La puerta se abrió con un suave chirrido, y un suave vaho a guardado saludó la nariz de María. Avanzó unos pasos mientras veía sus cosas colocadas en la sala, y volteó a ver el rellano. Le invadió el recuerdo de su madre al despedirla desde su casa.
- Cúidate mucho hijita - le dijo estrechamente abrazada a ella; mientras rodaban algunas lágrimas en ambos rostros. Claro que lo haré, mamita, le respondió mientras se apresuraba a abordar el carro que la llevaría al terminal de buses. Y al alejarse, la escuchó hablar en voz baja, casi como para sí: Sé que hallarás lo que tanto has buscado.


Los focos no eran de mucho voltaje, cosa que la iluminación del lugar dejaba algo que desear. No había problema, compraría ahorradores de 100 wts y asunto arreglado. De todos modos, tampoco era que se sintiera molesta por tener algo de penumbra. Siempre, desde pequeña, había escogido la oscuridad. La poca luz. El negro abrigo que siempre estaba listo para cobijarla, cuando se sentía hastiada, molesta o simplemente triste. Le atraía sobre todo el firmamento al anochecer, esa lenta muerte que iba sufriendo el cielo hasta por fin quedar como un silente ser, tachonado de puntos brillantes y donde la mayor fuente de luz era ese pálido espejo plateado, cuya luz tenue y mortecina disfrutaba sobre todo en las noches de mayor redondez. Y ni qué hablar de las criaturas nocturnas. Las adoraba, a todas ellas; con especial predilección a los murciélagos, pequeños guerreros alados que noche a noche salían a buscar sustento. Mientras sus padres desfallecían al oír los rasquidos contra el techo al romper la noche, para María era como una obertura. Casi podía oír los agudos chillidos proferidos por ellos, y estaba segura que podía oír su nombre en esas altas notas.
Su primera rebelión de adolescente fue justo tras la decisión del padre de contratar un fumigador para deshacerse de esas pestes con alas, como les llamaba a veces. Un poco más y saltaba sobre el muchacho para evitar que subiera al techo a colocar las trampas venenosas, si no la hubiera retenido su madre. Una bofetada y algunas amenazas domaron las intenciones, pero el dolor no se lo quitó nadie. Pasó tres semanas encerrada en su habitación llorando apenas llegar del colegio.

Sonriendo con estos recuerdos, María siguió inspeccionando la casa. El diseño, bastante clásico y elegante, resaltando la madera y el mármol gris, inteligentemente combinados. De la sala amplia y con ventanales enormes que ofrecía una panorámica del pueblo más abajo, se desprendían dos alas, una para la cocina y otra para el baño de visitas. Del lado contrario al portal de la entrada, se abría paso un corredor que desembocaba en varias puertas, posiblemente habitaciones de huéspedes; y finalizaba en una elongación redonda que daba nacimiento a una escalera sólida de mármol cubierta con una espesa alfombra. Esta escalera llegaba al segundo piso, la cual era como de un tercio o menos de la extensión del piso inferior, siendo su forma como un domo oval precedido de una fuerte puerta de hierro, decorada con diversas imágenes y filigranas. Era obvio que estaba en la habitación del dueño de casa. Su habitación, de ahora en adelante. Buscó la llave correcta y abrió la puerta.

La habitación en penumbras se iluminó al encender la llave de luz.

En el lado más distante de la ovalada habitación María observó una cama de por lo menos dos plazas y media. Rematada en cuatro pilares y todo cubierto con finas cortinas traslúcidas. El grueso colchón ostentaba edredones satinados y enormes almohadas. Bien podrían dormir ahí cuatro personas. Y estaba para ella sola. Y de pronto, para cuando su novio la viniese a visitar... se mordió un poco el labio inferior pensando en las posibilidades.
Aunque lo que más resaltaba del cuarto era la cama, el resto también estaba ricamente amoblado. Dos escritorios de trabajo, cómodas y estantes como para albergar un almacén de ropa y la alfombra que suavizaba el piso. Eso amén de una chimenea y el baño personal. María casi no resistía las ganas de brincar del regocijo. Esta casa era casi un paraíso. La tentación que no pudo resistir fue la de apartar las cortinas y de un brinco lanzarse sobre la gigantesca cama. El colchón y los edredones se amoldaron a ella como un amante.

Fue cuando decidió hacer un par de actualizaciones en twitter. Esto lo tenían que saber los conocidos cibernautas sí o sí. Mientras se cargaba el sistema, María ansió ver el fondo de pantalla que le había pasado su novio, uno hecho completamente de pequeños quirópteros. Y además, quería cerciorarse que hubiera señal, tal como le había prometido...
- POR FIN HAS LLEGADO...
Ese susurro llegado de ninguna parte la sobresaltó. Miró a su alrededor más extrañada que asustada, pensando que de pronto había llegado alguien a casa. Dejó la laptop encendida mientras echaba un ojo a las escaleras y al corredor. Nadie. Preguntó quién andaba por ahí pero sólo le respondió el bosque.
Volvió a su habitación y abrió la laptop. Cuando se iluminó la pantalla, quedó aún más extrañada. En vez del fondo dado por su novio, tras los iconos del escritorio se apreciaba un enorme ojo ribeteado de negro. Que observaba silente y penetrante a María.