Sunday, May 17, 2009

Lamento blanco, risa negra (Parte 3)



- En verdad estoy extrañado, señorita. No hay ninguna señal que la puerta o las ventanas fueran forzadas o rotas de algún modo. Es como si alguien que ya estuviera aquí de antemano encendiera las velas y simplemente se desvaneciese en el aire, sin necesidad de salir…- razonaba truculentamente el alguacil del pueblo, tras atender velozmente el desesperado llamado de María al teléfono.

Esta se hallaba de pie en la sala de la mansión, fumando su cuarto cigarrillo. Tras ver el extraño espectáculo de tres velas negras muy juntas, ardiendo en una sola llama, agarró presurosa su celular y llamó al único número convencional que tenía del pueblo. Luego, evitó poner un pie dentro hasta que otras personas no lo hicieran. Tras explicar a grandes rasgos la situación, el alguacil apagó y recogió las velas. Luego de razonar posibles teorías, y no llegar a ninguna concluyente, el alguacil volvió a explorar la mansión lo mejor posible en búsqueda de cualquier intruso y se despidió. María, sumamente consternada, desenfundó su gas pimienta que guardaba por cualquier cosa, y luego de verificar cuidadosamente todas las cerraduras y pasar doble seguro en todas y cada una de ellas, se preparó la cena que había postpuesto un par de horas mientras la música de su I-pod la iba alejando de esos pensamientos agobiantes. A pesar que el miedo le había robado el apetito, y de su poca experiencia culinaria, María terminó observando hambrienta el decente plato de espaguetis con queso que había cocinado, y que había añadido abundante cátsup.

Con la cena en la mano subió a su cuarto, y antes de entrar a la puerta volvió a observar la puerta de hierro negro. En verdad era una muy intrincada filigrana, donde relieves como ramas de árbol de las cuales se desprendían hojitas, nervaduras y diminutos frutos metálicos, daban contorno a un par de como espectros de torva mirada y sonrisa maliciosa. Y ambos tenían una mano apuntando hacia la base de la puerta, como si quisieran mostrar el contenido de algo oculto. María se comprometió a buscar todos los detalles de esta mansión, que con toda su elegancia y belleza ocultaba algo muy importante. La sola idea de investigar a fondo estos misterios le terminó de borrar el miedo sentido antes. Siempre había sentido una enorme pasión hacia lo oculto, y el que su nueva casa albergase secretos de esa forma, la excitaba sobremanera. De todos modos, se sentía cansada ya. Así que luego de comer y poner el plato vacío en una de las mesas de la habitación, se quitó la ropa con la seguridad que nadie la vería y se dirigió al baño. Luego de una prolongada ducha, se puso la pijama y encendió su lap. Mientras navegaba en sus páginas y en Twitter, se percató de un mensaje de su novio el cual decía que era posible hallar puestos como profesores de inglés para futuros estudiantes de intercambio, como un nuevo programa financiado por el gobierno. Saboreó un rato tal propuesta, mientras sopesaba las posibilidades. Al momento se hallaba en un pueblo bastante apartado con un sueldo aunque decente, podría ser mejor. Y sobre todo, el trabajar en la capital le aumentaría enormemente las posibilidades de conseguir mejores trabajos, status y quizá hasta salir del país. Podría ser que luego de darse unos meses en su trabajo se decidiera a…

- NO TE VAYAS…

Ese susurro. Igual, de mujer, como sombrío y melancólico pero muy distante. ¡¿Quién anda ahí?! Gritó, pero nuevamente los susurros del bosque le dieron la respuesta. Miró de un lado a otro ansiosamente pero ni un movimiento. Su rabillo del ojo captó un destello de su laptop y al observar la pantalla estupefacta María presenció cómo todas las ventanas de los programas minimizaban hasta dejar al descubierto el fondo de pantalla. Y en vez de los murciélagos previamente escogido por ella, estaba nuevamente ese ojo, enorme, negro, desorbitado, mirándola fijamente.

- Esto no es un virus. ¡Esto no es un virus! – Dijo aterrorizada María al tiempo que retrocedía unos pasos del escritorio. A pesar de sentirse en el fondo atraída hacia este misterioso hecho, de los susurros, los fondos cambiantes y el último acaecido hoy, el irracional miedo que se apoderaba de ella le chillaba febrilmente que saliera corriendo de esa mansión y fuera a refugiarse en cualquier lugar con gente. Por lo menos alguien vivo.
Y al voltearse para buscar el guardarropa para calzarse un vaquero que le proteja las piernas, tropezó con una masa blanca algodonosa. Helada. Alzó la vista para ver qué le obstruía el paso y se arrepintió profundamente de haberlo hecho.


Frente a ella, y flotando como a medio metro, se veía una silueta brumosa como millares de jirones blanquecinos que lentamente ondeaban sin viento que las impulsase. Todos esos jirones formaban una masa curvilínea que en su parte más elevada mostraba un rostro redondo, cenizo, palidísimo. Los labios carnosos tan negros como el color de sus ojos. Los mismos ojos desorbitados que estaban en su lap. Y asimismo como el protector de su pantalla, profundamente clavados en ella. Su cabello, igual de azabache que los ojos y los labios, formaba un océano sobre el cual el pálido rostro se dibujaba. Y de ambos lados de la cabeza, como una ameba de tela, salieron dos prolongaciones que empezaron a avanzar hacia la petrificada María. Aunque los labios del espectro no se movían, se podía oír claramente un susurro. Apremiante, violento, casi como un ruego.

- NO TE VAYAS… NO TE VAYAS… TIENES QUE ESTAR… CONMIGO…

María lanzaba con desesperación órdenes desde su cerebro hasta sus piernas, para que la llevasen lejos de esta espectral mujer que algo deseaba con ella, pero no estaba segura qué. El miedo era tan intenso que sentía náuseas y la sencilla comida la notaba como guijarros en su estómago. No podía moverse. Como una rana frente a una cobra, como un conejo frente a una manada de lobos hambrientos. Ni siquiera el hecho que esos como tentáculos fríos envolvieron sus hombros y vio ese rostro desencajado acercarse, con la boca muy abierta, como queriendo besarla, lograba alguna reacción en ella.
Finalmente, estando los dos rostros a milímetros de tocarse, María pudo reaccionar. Jadeando violentamente metió ambas manos en ese rostro inexpresivo y boquiabierto y sintió aferrar un moco helado. Empezó a retroceder mientras apartaba a manotazos ese fluido gélido de su rostro y hombros, pero no se percató que tras ella estaba el escritorio de su lap. Tropezó con el taburete y su cabeza chocó contra la saliente de madera. Quedó sentada en el piso delante del mueble, exánime. Ya sin que María lo notase, la masa blanca se reformó en el espectro, quien miraba ahora con un dejo de tristeza a la desmayada chica. Como una voluta de humo, se desvaneció en el aire.

María recuperó el conocimiento al sentir su rostro quemando por el sol matutino. Al principio sólo pensaba en el intenso dolor en la parte occipital de su cabeza y en el porqué de ese gran chichón que se frotaba ahí, cuando al cabo de un par de minutos recordó nuevamente. Se incorporó rápidamente buscando a ese fantasma que se había materializado ante ella. Era una mujer, estaba segura. Una mujer blanca, algo gruesa. Pensó por un momento en hacer inmediatamente sus maletas, poner algún tipo de excusa en la alcaldía y largarse de una vez. Pero algo dentro de ella le decía que lo mejor era llegar al fondo del asunto.
Así que se dirigió, luego de vestirse, desayunar y colocarse una bolsa de hielo en la cabeza, a su trabajo. Mientras avanzaba, vio en una de las casas vecinas una señora que amenazaba furibunda a un niño indisciplinado:
- ¡Con que no obedezcas, vas a ver que vendrá Erebus y te llevará! – Al decirle esto, el niño palideció y rompió a llorar. El nombre le dio vueltas en la cabeza a María mientras duraba su jornada. Ya en la tarde, recordó que hacía unos días la tendera le había informado sobre las historias antiguas sobre el pueblo que el padre del teniente político le podría informar. Así que se dirigió a la casa donde vivía el anciano.
Luego de presentarse y compartir un agua aromática, María inquirió al anciano, quien parecía bordear los noventa, de cuál era la historia más antigua sobre este pueblo que pudiera recordar. El viejo se rascó la cabeza un buen rato antes de responder. Y al empezar su historia, la voz del anciano sonó más ronca y grave, como si desenterrara un archivo que no se debía revelar…

- A ver, niña. Este relato me lo contó mi bisabuelo cuando yo era bien tierno. Y me dijo que lo había aprendido de su tatarabuelo, el cual era uno de los supervivientes de una desgracia que barrió con los habitantes del pueblo. Supuestamente, antes de ser fundado este pueblo, había un pequeño reino, tan chico y apartado del resto de pueblos, que su población nunca sobrepasó el millardo. Según me decía mi bisabuelo, estas gentes venían de un país bien lejos, lejísimos… que en Europa quedaba el lugar. A ver cómo llamaba… Griza, Gruesa, Grossa…
- ¿No será Grecia, de casualidad? – le interrumpió María.
- ¡Ese mismo, Grecia! Bueno, me decían que de ese país habían venido una familia real y sus súbditos, aparentemente expulsados del país hace muchisisísimos siglos, por haber intentado cometer un acto horrible, tan horrible que sólo en la biblioteca de la familia real se contaba de tal cuestión. La cosa niña, es que llegaron ellos acá y secretamente fundaron un reino chiquito, chiquito, para perpetuar no se qué tradición, ahí sí no recuerdo. Y el tatarabuelo de mi bisabuelo, como le había dicho, era uno de los supervivientes de esa desgracia.
- ¿Y cuál fue esa desgracia, si es que recuerda? – volvió a interrumpir María.
- La verdad no me recuerdo muy bien, pero tenía algo que ver con unir tres… tres… bueno, no me acuerdo, niña, pero dicen que fue como que se desató el mismísmo fin del mundo sobre ese reino, y sólo un puñado de personas sobrevivieron. Fue ahí que decidieron refundar un nuevo pueblo, y olvidarse por completo de ese pasado tan feo. Bautizaron al pueblo como Reunión, como un último recuerdo de lo acontecido, y la mansión en que usted vive justo, niña, fue una de las primeras construidas. Dicen que demoraron harto en construirla, no supe por qué. Y de eso pasaron trescientos años, y aquí estamos ahora…
- Una última pregunta, señor. ¿Cómo se llamaba el nombre de ese antiguo reino?
- Mi abuelo sí me había contado su nombre. Déjeme hacer memoria… - el viejo volvió a rascarse la cabeza, como queriendo extraer así sus recuerdos. Esta vez demoró varios minutos, hasta que se le iluminaron los ojos. – Ah, sí! Ya me recuerdo! Ya recuerdo! El viejo reino se llamaba…

Mientras María se dirigía nuevamente a su mansión, todo deseo de abandonar este remoto lugar se había desvanecido. Ahora le quemaba por dentro una inaguantable pasión. Un deseo poderoso de desvelar y sacar a la luz misterios silenciados hacía centurias. Era como si la propia mansión la llamara a escudriñar en sus intimidades.
- Voy a llegar al fondo de todo esto. Me lo prometo. Voy a desentrañar todo lo que ocurrió en el reino de MOLDOVA…