Tuesday, July 13, 2010

Nico y Nica bajaron por la cisterna


Bajo un sol radiante, que a veces producía un leve escozor en la piel, dos niños jugaban en el jardín de su casa. Mamá hacía la comida, Papá estaba trabajando, y sólo un enorme perro mestizo vigilaba las piruetas de los pequeños.

Nico, el mayor. Cinco años. Curioso y aventurero, un poco más que otros niños de su edad, aunque con sus propios temores internos, sean innatos, sean adquiridos. Adora el fútbol, correr e imitar a espadachines y piratas.
Nica, de tres años. Diminuta y frágil, pero con una personalidad que a nadie permite réplica. Aún no habla muy bien, pero no necesita la lengua para hacerse entender. Una sola expresión de su carita suplía un discurso. Su juguete favorito, su muñeca de trapo y cabeza de plástico. Su bebé que siempre lo tenía al lado, para protegerlo de todo mal.
El sol poderoso, iluminador y caliente, sigue en ascenso haciendo perlar las pieles infantiles. Entran un momento a casa, mamá les provee de dulce jugo de guayaba, y siguen fuera en sus correteos.

Un gemido ventoso levanta hojas secas y aletea ropas. Los pequeños se cubren los ojos y al abrirlos ven con asombro que la pesada tapa de concreto de la cisterna del agua, situada como una gran caja gris, yace a un lado dejando abierto el hueco.
Nica y Nico se miran dudosos. Papá les tiene prohibido acercarse cuando la tapa está abierta. Los niños se caen al hueco y no salen más, tenían entendido. Nica no entiende porqué está abierta, pero obedece la orden paterna.
- Mamá – dice, en la necesidad de advertirle del suceso.
- No, espera aquí que yo voy a ver. – Responde el hermano. El hermano quiere ir a descubrir. Saber qué abrió. Nica mueve su cara horizontalmente.
- No. Mamá.
Nico ignora la negativa. Siempre le ha gustado contradecir a su hermanita, así termine ella berreando luego. Así que trepa, llega al hueco, mira y se asombra.
- ¡Ven Nica, ven a ver! – grita Nico. Nica vuelve a negar con la cabeza. Finalmente cede ante la insistencia de su hermano. Agarra bien a su bebé, toma la mano de Nico para subirse y también observa lo que debía ser un gran cuerpo de agua oscura, de húmedo olor, que abastecía las necesidades de agua de toda la familia. Nico, curioso por naturaleza, sabía que tal acción podría terminar con un soberano regañó no sólo de Mamá, sino de Papá. Pero lo que estaban viendo los hermanos impide que la obediencia aflorase.

Una gruesa cinta como una resbaladera, con muchos colores mezclados, como cuando Nico en el kínder mezclaba las acuarelas con los dedos para estamparlos en el papel periódico, se mostraba ante ellos. Sólo cinco gradas de escalinata separan la cúspide del tobogán del inicio del hueco. Los pequeños no logran alcanzar a ver el final de la cinta, pues serpenteaba y se perdía entre lo que parecían ser nubarrones blancuzcos pero que a ratos soltaban uno que otro relámpago azulino. Un paisaje que nunca hubieran creído dentro de un pozo encementado. Es ahí cuando ambos oyen un tenue susurro.

- Vengan, mis pequeños, vengan…

La mente inocente y limpia de prejuicios de Nica se deja seducir por esa invitación, pero ahora era Nico quien empieza a dudar. Ahora sí sería necesario que viniera Mamá a ver tal prodigio. Se voltea a llamarla cuando advierte por el rabillo del ojo que la niña estaba ya con medio cuerpo adentro de la escalinata y resbala de pronto. Presuroso se lanza a salvarla y ve que Nica está agarrada sólo con su manita de la última grada. Si se soltase se iría de largo por ese misterioso tobogán.

- ¡Dame la mano Nica! – Dice agarrado de la primera escalinata, pero Nica no quiere. No quiere soltar a su bebé. Nico se enoja por la tozudez de la hermana y empuña el brazo libre. Pero Nica al intentar subir sus piececitos se deslizan, cae sobre su barriga, y con el jalón Nico pierde pie. Ambos se empiezan a deslizar por el tobogán multicolor, muy muy hacia abajo, pasando las nubes chispeantes.
Allá arriba, en la casa de los niños, sin manos ni palancas, la losa silenciosamente va recuperando su postura original. Sella nuevamente la boca de la cisterna y nada ha pasado. Todo tal cual estaba antes, salvando la ausencia de los dos hermanitos.

Nico y Nica van deslizándose a cada vez más velocidad. Los gritos de terror de ambos, por el súbito descenso a lo desconocido, se van apagando hasta que sólo se oye el silbido del viento. Nica, abrazada con su bracito libre a su hermano y con la otra aferrando a su bebé. Nico, abrazando a su hermana fuertemente. Van viendo muchas cosas extrañas que no dejan de tener su atractivo. De entre las nubes que van atravesando, muchas huelen a chicle. Otras, a menta. Una que otra, a naranja. Se introducen en un banco nuboso oscuro, con aroma a hierbaluisa y pasan un buen rato sin ver más que vapor marrón fragante. Se despeja la neblina y los hermanos admiran un gigantesco bosque, de altísimos árboles y lagos límpidos, unos triangulares, otros estrellados, otros como racimos de uvas. Y a lo lejos, muy a lo lejos, distinguen una brillante construcción, pero que por sus puntas se enredan unas nubes negruzcas, como de aspecto siniestro.

Poco tiempo tienen para vislumbrar el paisaje pues entran en el espesor del bosque y la velocidad de los troncos al pasar asusta nuevamente a los niños, haciéndolos gritar de miedo. Dos lomas del tobogán que no provocan golpes frenan suavemente los cuerpecitos hasta que finalmente llegan sanos y salvos al otro extremo de la colorida cinta. En un claro del bosque.
Nico y Nica se incorporan y miran a su alrededor. Enormes troncos aquí y allá, de los cuales se desprenden ramificaciones que engendran amplias hojas acorazonadas, circulares, globulosas y en todos los tonos de verde que se puedan imaginar. Algunas rocas de venas cristalinas, por entre cuyos cristales van corriendo glóbulos de luz. Ahora sí está asustada Nica, que permanece abrazada a su hermano el cual trata de hallar algo o alguien que le sepa explicar dónde están y porqué llegaron a ese extraño lugar.

En el centro del claro se alza una forma muy singular. Una gran mano, en postura de señalar hacia el cielo, hecha únicamente de piedra. Nico duda si esa mano puede ofrecerle alguna aclaración, pero su espíritu curioso lo va dirigiendo hacia ella. Nica, bien resguardada tras la espalda de Nico, apretando fuertemente a su muñeca. La mano es mucho más grande ahora que están frente a ella. Como si tres Papás estuvieran montados uno sobre otro. No ven letras, no ven avisos, nada. De pronto, el susurro se hace escuchar de nuevo…

- No teman, mis niños. No teman…

Nica decide tomar la iniciativa y posa su mano en la roca. La nota cálida, y va sintiendo que su temor y su preocupación son como borradas de su cabecita. Ahora sonriente nuevamente, mira a Nico. Este capta el mensaje. La roca es segura y te ayudará. Así que también posa la mano sobre la piedra. La misma aliviante sensación recorre al niño. Y con ambas manos posadas, del índice apuntador se desprende un rayo de luz. Ya no hay miedo en los hermanos mientras miran el recorrido luminoso. De donde toca al máximo va descendiendo un punto luminoso, que se agranda y se agranda hasta cuando llega a nivel de la mano, es del tamaño del carro de la casa.

De pronto la burbuja estalla y de entre las miles de chispitas surge otra mano, pero de una forma muy peculiar. Siempre está situada de forma horizontal, y la muñeca está ceñída con un beige alzacuellos, la parte superior de un terno y un lazo de corbata rojo chillón. Sobre el canto de la mano, un largo y pomposo sombrero de copa. La mano está hecha un puño, menos el dedo medio, parcialmente flexionado para recordar una nariz. Y el pulgar, en movimiento para semejar una mandíbula. Sobre el índice, crecía un poblado mostacho. Lo único que faltaba en ese peculiar personaje eran los ojos. Pero al parecer no le hacía falta, pues levita directo en frente de los hermanos, el sombrero se alza solo como un saludo y al moverse el pulgar, brotaron estas alegres palabras.

- ¡Nico, Nica, bienvenidos! ¡Estoy exultante ante vuestra presencia!
- ¿Quién eres? – Le pregunta Nico, ya que sin miedo que los reprima, podían dirigirse a esa aparición como a un adulto cualquiera.
- Oh, mil disculpas por mi rudeza. Soy el guardián de esta tierra hermosa, y el que os ha traído hacia aquí. Pequeños míos, ante todos soy conocido y por tanto podréis llamarme: Señor Puño.
- ¿Qué ten-no? – Pregunta Nica a su vez.
- ¿Qué estoy haciendo, decís? – responde Sr. Puño, pues podía entender cualquier hablar infantil, por indescifrable que se oyera – Os he traído a este lugar porque sólo de vuestra ayuda me podré servir para poner en cintura a un adversario artero y bribón, ante cuyas mañas soy impotente. Pero vosotros, - dice revoloteando alrededor de ellos – podréis vencerle si realmente os lo proponéis.
- ¿Y quién es el malo? – Quiso saber Nico.
- Ahhh, tal nombre no debería ser dicho en voz alta. Pues sólo escucharle provoca el más helado y paralizante pavor, niño mío. Así que en estas parcelas es conocido como El Crecido.
- ¿Y nosotros vamos a pelear con El Crecido? – se inquieta un poco Nico.
- Pequeños, de vosotros únicamente depende la victoria sobre susodicho villano.
- ¿Poqué? – Pincha Nica.
- Porque vosotros solamente tenéis el poder necesario.
- ¿Poqué? – insiste.
- Porque en vosotros reside la fuerza que derrotará al Crecido.
- ¿POOQUÉ? – chilla ya molesta. - ¿Mamá? ¿Onetá Mamá? – añade, empezando a resoplar. Nica estaba irritada y lo más importante, se había acordado de su casa y su mamita. La empezaba a extrañar. Y el extrañar a la mamá significaba que tarde o temprano empezaría a llorar. Nico se acerca preocupado, pues cuando su hermanita se ponía así, sólo la presencia de Mamá podía calmarla. Pero tan alejados, ¿cómo podría hacerlo?

- Veo que añoráis a vuestra progenitora, mi pequeña, y lamentablemente no puedo devolveros de momento con ella. Mas, ¡observad! – Sr. Puño hace girar su “cara” tres veces sobre la muñeca, la mano se abre y chasquea sus dedos. Dos burbujas doradas saltan y van a posarse sobre las manos abiertas de Nico. Toman forma de un par de corazoncitos alados, el corazón de oro y las alas de plata. – Nico, colocad uno de aquéllos sobre la frente de vuestra hermanita. Luego, pegad el segundo sobre vuestra frente.

Nico obedece. Se aproxima a su hermanita, quien ya empezaba a nublar sus ojos almendrados con gruesas lágrimas, señal inminente de un gran llanto. Toma el corazoncito y lo pone sobre la frente de la niña. Instantáneamente miles de puntitos de luz saltan de las alas y envuelven a la pequeña. Nica siente que un gran alivio calma su molestia y su deseo de llorar. Era como si Mamá en persona la cargara, la abrazara y le depositase un dulce beso en la frente. Todo el cansancio que sentía se desvanece en un parpadeo. Cuando las luces se desvanecieron, la niña luce nuevamente feliz y deseosa de más aventura.

- ¿Quéchecho?
- Pequeña Nica, vuestro hermano os ha favorecido con un ítem que calmará cualquier padecimiento. Es el Beso de Mamá. Os daré otro para cuando os sintáis fatigada y añorante nuevamente. Nico, es vuestro chance.
- Aún no. No estoy cansado. – responde el niño guardándose su beso en el bolsillo.
- Que así sea, pues. Ahora oídme, pequeños. Ante El Crecido no podréis con vuestras manos únicamente. Así que poned las manos en alto. – Los niños obedecen, y luego de Sr. Puño diera tres vueltas sobre su eje, anuncia: - Pequeños, os armaré debidamente para que asumáis y superéis todo reto que os aguarda en estas tierras. ¡Recibid vuestro armamento!
La mano entera se abre y de la palma brota un manantial plateado, que hizo surgir a su vez dos instrumentos. Estos danzan, giran en el aire y se colocan mansamente, uno para cada hermano. Frente a Nico se halla un bate de baseball, pero con empuñadura y cruceta. Ante Nica gira un pequeño báculo, engarzado de gemas y cuya punta está rematada por una estrella dorada que encierra un corazón de color rojo.

Ambos empuñan sus armas, sintiendo ahora que cada instrumento se volvía algo como parte de su cuerpo, rápidamente comprendiendo sus secretos. Sr. Puño recupera su forma original y les instruye:
- Nico, en tus manos tenéis a BATESPADA, poderosa y contudente. Magnifica vuestra fuerza y agilidad y bloquea casi todo intento de agrediros. Blandidla con valentía y no habrá oponente que pueda con vos.
El niño decide probar su batespada. La balancea un par de veces para probar su peso, descubriendo que pesaba menos que un globo inflado. Pero cuando lanza un mandoble, el aire mismo se divide y muchas hojas vuelan en un remolino súbito. Al intentar hacer presa en un tronco de árbol cercano, se da cuenta que en sólo dos pasos ya estaba frente al tronco. Da un batazo y el árbol se estremece hasta la última copa. Exclama un guaauuu con su nueva arma.

Mientras el niño admira su nueva posesión, Sr. Puño se dirige a Nica.
- Nica, mi pequeña. Ante vos yace TRIVARITA, el caduceo de los tres espíritus. Tienes ahora el poder para invocarlos y comandarlos a vuestro arbitrio. Sólo habréis de trazar una estrella, y convocar el nombre del espíritu que deseéis. Probad entonces.
Así lo hace Nica. Igual que las estrellas de navidad que tanto le gustaban, va trazando con su trivarita el mismo patrón. Y maravillada ve que la punta deja un rastro vibrante, que al finalizar la estrella, se expande y gira rauda. Pero ¿qué espíritu podría invocar? Torna a ver con mirada interrogativa a Sr. Puño. Este da un sobresalto.
- Oh ¡mil perdones, mi niña! He olvidado por completo informaros los nombres de los espíritus a invocar. El portal está abierto y esperando así que raudo os enseño los nombres. El primero, el espíritu del fuego. Decid en alto su nombre: ¡La crujiente llama, SALAMANDRA!
- ¡CHAMANDA! – Chilla Nica.
- ….
- ¡Chamanda! - Repite la niña. Al parecer, el espíritu no entendía el nombre tergiversado. Era necesario que la niña…
De repente, del portal de cinco puntas, sale una bola de fuego, que girando girando, toma la forma de un rojo lagarto crestado y de vivos ojos escarlata. Al reptar sobre el piso, va dejando un rastro de llamas. Sr. Puño oculta su sorpresa al ver que aunque mal conjurado, la llamada resultó exitosa.
- Aquí tenéis a vuestra nueva ama, Salamandra. Obedecedla y protegedla con vuestras cálidas flamas. – Sentencia Sr. Puño. – Salamandra asiente y luego de volver a ver a Nica, quien mira con ojos maravillados semejante criatura; se introduce de nuevo al portal. – Ahora, os presento al segundo espíritu. ¡Nombradlo con fuerza, al siseante y gélido vapor: UNDINE!
- ¡DIME! – Y a pesar de la mala dicción, del portal sale salpicando gélida agua, que se congelaba apenas tocaba alguna superficie, un salmón de aletas tan grandes como alas. Un rosario de perlas de hielo están flotando continuamente a su alrededor. Tras contemplar a su nueva dueña, desaparece asimismo Undine en el portal.
- Finalmente, mi pequeña, he aquí al último espíritu que os ofrecerá vuestra ayuda. ¡Llamad a las alas de tormenta, SILPHO!
- ¡CHIFO! – y al igual que los otros, del pentagrama emerge una nube rodeada de finos relámpagos y vientos danzantes que lo rodeaban. El viento deshace las nubes liberando a un colibrí verde metálico que se mueve a gran velocidad. Tras zumbar alrededor de Nica, aireando sus vestidos, se introduce de vuelta en el portal.

Los niños ya pertrechados se plantan frente a Sr. Puño, quien los observa con regocijo.
- Oh pequeños príncipes, cómo me deleita veros en vuestras nuevas armas. En verdad, sois quienes las antiguas canciones describieron.
- ¿Y ahora peleamos con El Crecido? – pregunta Nico, envanecido de su poder.
- De ninguna manera, pequeños – niega rotundamente Sr. Puño. – Aún os falta la debida experiencia para poder haceros con tan terrible oponente. Pero si os esforzáis, el éxito se pondrá de vuestra parte. Primero que nada, una prueba os tengo guardada. Así que seguidme, por favor.
Y echando acción al verbo, Sr. Puño va volando seguido de los hermanitos. A medio camino en el bosque, justo rodeando un lago romboide, oyen un agudo silbido. Y de entre los árboles aparecen otros niños un poco mayores que Nico y Nica. Llevan ropas como pieles de animales y palos en sus manos. Ceñudos observan a la pareja. Sr. Puño da dos vueltas sobre sí antes de anunciar:
- Pequeños míos, estamos ante huestes del Crecido. Recluta niños de otras partes y aliena sus mentes para que luchen contra lo que no conocen. Y vosotros, justamente, estáis ante su mira. Defendeos pues, Nico y Nica. ¡Que conozcan a qué se están enfrentando!
No hizo falta repetir la orden, pues los niños del Crecido se precipitan sobre los dos hermanos dispuestos a lastimarlos y hacerlos llorar. Pero uno a uno van cayendo con los batazos sólidos que Nico les acomoda. Y Nica, invoca a Salamandra, que calcina las pieles dejando a los enemigos desnudos por completo. Doloridos y avergonzados, emprenden la retirada llorando. Y así van avanzando, con algunos otras escaramuzas, hasta que terminan de cruzar el bosque.

Ahora están en una gran pradera, de donde brotan miles de flores. Tanto a Nico como a Nica se les hace agua la boca, pues en cada corola de flor, aparecen bocaditos de flan, torta, chocolate y pan dulce.
- Quero ñam – pide la niña a Sr. Puño. Su hermano asiente ansioso. Ha pasado ya algún tiempo y el hambre va apretando la tripita.
- Permitidme agasajaros, pequeños míos. Ahora mismo os proporciono comida y descanso. – Sr. Puño vuelve a chasquear sus dedos, con lo que aparece una cabañita en medio del prado. Los niños se precipitan dentro y encuentran una mesa con varias fuentes, cada una con un tipo diferente de dulce. Así que empiezan a comer cada uno a su ritmo. Ya dados por satisfechos, ante ellos asciende un gran colchón de plumas. Las batallas anteriores los ha cansado, así que se acurrucan, se arropan y duermen la siesta. Fuera, Sr. Puño monta guardia.

Dos horas más tarde los niños despiertan y salen de la cabaña, bien descansados. Sr. Puño chasquea y la casita se esfuma. Avanzan un poco más hasta cuando llegan a una hondonada. Sr Puño se adelanta y explica:
- Niños, os advierto que aquí está la prueba que antes os anuncié. En el fondo de esta hondonada, yace el desgraciado Dragón Panza Arriba. Antes señorial y poderoso, ha caído en este agujero, y un espeso lodo impide que se libere. Así está ya aburrido y malgenio, y ataca a quien se le aproxima. Buscad entonces la forma de liberarle, aunque tengáis que hacer uso de la fuerza. Tal es la prueba, pequeños. Os deseo victoria!
Los dos empiezan a bajar cuando los paraliza un bramido tremendo. Era el Dragón Panza Arriba que ha notado intrusos y el coraje retenido lo hace desear atacarlos. Al verlo ya en el fondo, efectivamente se dan cuenta que es un enorme dragón de escamas color cobre, que yace sobre su espalda en una especie de pegote. Las alas están tan adheridas y pegajosas, que los violentos movimientos del dragón no logran zafarlo. El dragón abre el hocico y lanza un chorro de humo apestoso que los niños apenas logran esquivar, pero Nica no es tan ágil y el humo le hace toser y picar los ojos. Confundido por su rabia, la bestia va a rechazar todo intento de ayuda. Nico salta y con su batespada golpea las zarpas del animal para intentarlo liberar. Inefectivo, y el dragón contraataca con violentos manoteos, que Nico bloquea como mejor puede. Pero el adversario va ganando en fuerza y el niño se empieza a debilitar. Está a punto de quitarle de un zarpazo el batespada cuando se oye un agudo CHIFO!.

Nica logra invocar a Silpho quien va lanzando chispas eléctricas sobre la cabeza del dragón. Este contraataca con su humo apestoso pero es inútil contra la corriente de aire del espíritu. Pasa a descargar viento eléctrico sobre la panza cuando una ruidosa carcajada llama la atención de la niña. Lo ocasionó Silpho cuando pasó por el gordo y abultado ombligo del animal, provocándole cosquillas. Nica sabe que es su punto débil y envía a Silpho a revolotear sobre el ombligo. ¡El dragón se retuerce de risa más y más, hasta que involuntariamente se despega las alas del fango y nuevamente queda con los pies sobre la tierra!

Los hermanos saltan de júbilo, pues consiguieron liberar al dragón, quien ahora se sacude el lodo, salpicando involuntariamente a los niños embarrándolos por completo. Nico y Nica se quejan ante la bestia mal agradecida, pero ésta baja la cabeza y dice:
- Niños, estoy en eterna deuda con ustedes. Hacía tiempo, por engaño del Crecido, me precipité en esta hondonada y este fango inmovilizó mis alas. Tal fue mi frustración y coraje que simplemente atacaba a todo el que se me acerque. Pero fueron ustedes los que consiguieron darme la libertad. No renieguen, de este lodo. Mi esencia se ha fundido en él y le ha brindado parte de mis poderes. Así que el fango que impregna sus ropas, va a transformarlas en nuevas y más resistentes prendas. Es su regalo por haberme ayudado. Ahora volveré a mi tierra y mi familia. Han de añorarme mucho.
El Dragón que ya no estaría más panza arriba, extiende las enormes alas y vuela al cielo hasta que se pierde.

Nico y Nica advierten que el lodo brilla junto a sus ropas, solidificándose y formando en Nico protectores para los brazos, el pecho y las piernas. El vestido de Nica cambia volviéndose una manta gruesa y protectora y un sombrerito cónico para cubrir su cabeza. Los niños están muy cansados y a punto de llorar, pues extrañan a su madre nuevamente. Por suerte, Nico extrae los besos de Mamá de su bolsillo y ayuda a su hermana antes de curarse él. Ascienden la hondonada y Nico informa la victoria a Sr. Puño.
- Lo habéis hecho espléndidamente, mis pequeños. La prueba ha sido superada. Pero no podréis avanzar más, de momento. Así que tomaré de vuelta vuestras armas y estas nuevas armaduras con que el dragón os ha obsequiado. – Chasquea y los niños quedan como vinieron antes. – Ahora debéis volver con vuestra madre, antes que ella se preocupe. Os prometo que a su debido tiempo, regresaréis a esta tierra, para luchar contra el malvado Crecido. Nos encontraremos después, mis pequeños…

Sr. Puño pierde su forma nuevamente y la mano envuelve a los niños quienes sólo atinan a cerrar los ojos. Sopla un viento intenso, los hermanitos abren los ojos y se encuentran en el jardín de su casa. La cisterna, tan cerrada como en un principio; y Mamá llama a sus hijos a tomar la merienda. Es tarde y luego de una tarde de juegos y correteos, deben ir a la cama. Los niños intentarán explicar a sus padres lo ocurrido, pero ellos muy difícilmente creerán.

Ya todos dormidos, de las profundidades de la cisterna, se oye una suave voz:
- Sólo necesitamos a la tercera, que sea del mismo linaje, para asegurar la victoria…